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miércoles, 18 de septiembre de 2013

SOMOS UN SOLO CUERPO

"Si un miembro del cuerpo sufre, todos los demás sufren también; y si un miembro recibe atención especial, todos los demás comparten su alegría" (1Cor.12, 26)

¡Qué inestimable misterio de amor es la realidad de la Iglesia!
Bendito es Dios que a cada uno de nosotros nos convoca y nos congrega para que seamos su Pueblo, su nación Santa. La Iglesia es precisamente esto: La convocatoria que Dios hace a los seres humanos, llamándonos a ser parte de su familia, a vivir en unidad, en santidad, en catolicidad y apostólicamente.
Como miembros de la familia de Dios que somos, desde nuestro santo bautismo, tenemos el derecho y el deber de vivir en la libertad de los hijos de Dios. Y esa libertad se expresa con mayor claridad en la obediencia que cada uno debe tener a lo que su propio ser es: IGLESIA y a lo que la Iglesia enseña: CRISTO. 
No podemos concebir siquiera la palabra Iglesia con la palabra desunión, muy por el contrario, al pronunciar la palabra Iglesia ya estamos diciendo unidad, por lo tanto, como convocados por Dios para testimoniar esta realidad santa debemos involucrarnos y acrecentar esa unidad que Dios propone.
San Pablo nos clarifica la dimensión de iglesia cuando hace la comparación de la misma con el cuerpo humano, con cada órgano, con cada miembro, que a pesar de que son distintos entre si y que cada uno tiene su función específica, todos pertenecen al mismo cuerpo y sirven para el mismo fin: LA VIDA.
Si nosotros nos planteáramos diariamente que al ser Iglesia tenemos una finalidad específica y ocupamos un lugar especial en el Cuerpo de Cristo, entonces todo sería más fácil y fluido. 
Es necesario tomar conciencia de que cada uno de nosotros tenemos un espacio preparado por Dios en la iglesia y que si no lo ocupamos ese espacio queda vacío, esa misión queda inconclusa, ese crecimiento que depende de mí queda trabado.
Es necesario ser responsables, no podemos borrarnos, no podemos menospreciar a nadie, no podemos dejar de disfrutar y de compartir esta realidad eclesial.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia soy yo y la Iglesia sos vos, la Iglesia somos todos y cada uno.
Y como dice el encabezado de este escrito, si un miembro sufre todos sufrimos y si un miembro es enaltecido todos disfrutamos. A veces me imagino una Iglesia llena de cicatrices, una Iglesia que sangra por las heridas que nosotros mismos nos ocasionamos unos a otros. cuando yo hiero a un hermano, lo maltrato, lo menosprecio, lo humillo, lo saco del medio, me estoy haciendo daño a mi mismo por el mismo hecho de ser Iglesia, me estoy auto agrediendo al agredir a mi hermano, y esta dimensión no la tenemos muy en cuenta a la hora de actuar.
Con  la Gracia de Dios podemos hacer que la Iglesia de el verdadero testimonio que Él espera, y la misión de darle gloria será fecunda. Abramos el corazón para que el Fundador de esta vida preciosa sea glorificado y pueda obrar en nosotros y a través nuestro. Amén

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