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sábado, 22 de noviembre de 2014

PASTORES CON FUNDAMENTO - Extracto de mi Libro "MANUAL DEL PASTOR EN EL PUEBLO DE DIOS" Ivana Garramone

UN VERDADERO PASTOR EN EL REBAÑO DE DIOS


Para servir a Dios y a los hermanos en la Iglesia, en los grupos, o en cualquier ministerio que se nos convoque, siempre debemos y necesitamos tener en cuenta para lo que fuimos llamados y por quien hemos sido llamados. A esto se le llama fundamento o cimiento del servicio, madurez en la respuesta, y fecundidad para la gloria de Dios.


La Iglesia es jerárquica y así la instituyó Jesús, así Dios la quiere y así Dios la ordena. Y cada uno de los roles jerárquicos existen en la Iglesia para mostrar el camino, para ayudar a los hermanos, para mantenernos organizados y para ejercer la autoridad y manifestar la obediencia. Y gracias a que somos una Iglesia jerárquica tenemos unidad de criterios, una misma fe, un solo Bautismo y un mismo Dios y Padre, y contamos con la certeza de ir por el buen camino bajo las directivas y enseñanzas, que la Iglesia Madre, nos brinda.


En otro grado y sin jerarquía institucional, como la expresada anteriormente y compuesta por el Santo Padre, Obispos, Sacerdotes, y diáconos, también el Señor va formando comunidades, para que cada uno pueda vivir a lo que EL mismo lo convoca, según un carisma de fundación. Por eso lo Iglesia es comunidad de comunidades.

Y en esas comunidades también pide un orden, lo hace de manera organizada para que se mantenga la comunión, la autoridad desde EL y la obediencia. Este orden permite que todos caminemos por el mismo camino y la posibilidad de desviarse sea casi nula, por eso Dios, en su preciosa e infinita inteligencia, siempre ha querido comunidades ordenadas bajo una autoridad.


Y, como Dios nunca deja de obrar y le gusta mantener a sus hijos en un orden nacido de su corazón, dentro de las comunidades también elige y regala el don del pastoreo, poniendo al frente de grupos, a un hermano dedicado a cuidar a sus hermanos. Y el fundamento del pastoreo es este: Dios sabe que los seres humanos necesitamos un guía, sabe que a veces solos no sabemos discernir, por lo tanto, elige a uno para que mantenga la unidad y el camino correcto.

Dios elige un pastor porque así lo quiere, no es por un buen o perfecto curriculum que un pastor llega a su cargo, sino que es porque Dios es amor y con ese amor cuida a todos y cada uno.
Por eso, el pastor, antes de ponerse a pensar que fue elegido porque es el dueño de todas las virtudes, ha de ponerse a pensar que la gratuidad, el amor infinito y la sabiduría de Dios, lo ha considerado digno de servirlo en su presencia.

La elección que Dios hace es porque Dios quiere, Dios no elige porque se lo soborne o porque ha visto tantas cosas buenas en una persona que le dan pautas de elección, Dios elige para cumplir una misión, a cualquiera, porque ama. Lo que si es real, muy verdadero y digno de confianza, es que Dios capacita a quien elige. Lo capacita y lo prepara con su unción para que pueda cumplir con lo que EL le pide.


Entonces, al ser elegidos para pastorear siempre ha de tenerse en cuenta que Dios me ha dado ese rol, que no es por merecimiento, sino por elección de Dios. Y cuando nuestros motivos son los correctos, este trabajo produce dividendos eternos.


Pero en muchas culturas de hoy, donde el pastoreo cristiano conduce al prestigio y privilegio, la gente aspira al liderazgo por razones totalmente indignas y egoístas. Muchas veces el rol del pastor se resume a sanar heridas de autoestima baja, de complejos de inferioridad, que van degradando el servicio y dando una imagen errónea de lo que en realidad Dios pretende al poner a un hijo suyo al frente de los demás. No es un lugar donde buscar aplausos o servilismo, al contrario, el lugar del pastor es donde brindar aplausos a sus hermanos cuando empiezan a caminar con seguridad ayudados por él y donde el servicio mayor que puede brindar es el amor acompañado de la paciencia para entenderlos y ayudarlos.


El deseo de ser grande no es malo, la motivación es lo que determina el carácter de la ambición. Todos los cristianos somos llamados a desarrollar talentos que Dios nos ha dado, a sacar el máximo provecho de nuestras vidas, a desarrollar al máximo las capacidades que Dios nos ha dado. Pero Jesús enseñó que la ambición que se centra en el ego es mala.
La ambición del pastor debe ser “servir en perfección”, crecer a la medida de Dios, vivir en santidad, acrecentar los dones y carismas que Dios le regala. La ambición del pastor es y debe ser siempre hacer la voluntad de Dios.

El pastor no puede centrarse en él mismo, si así lo hace llevará a sus hermanos a un seguimiento humano, logrará que lo sigan ¡Si! Pero a él, no a Dios. Y el pastor está en su rol para que los demás puedan seguir a Dios en sus planes amorosos.

¿PARA QUÉ ORAR? Extracto de mi Libro "OREN Y VIGILEN" Ivana Garramone

¿PARA QUÉ ORAR?

Imperativamente necesaria para la vida es la oración. Es un ejercicio urgente a ser practicado para mantener vivo el espíritu, atenta el alma y fuerte el cuerpo.

Quien ora bien vive bien, más quien dedica tiempo a la oración cuenta con un tiempo extra de vida plena, ya que el encuentro con Dios nos suministra una experiencia de su Ser, de su amor y de sus Gracias derramadas en ese momento y a lo largo de nuestra vida.

La oración es una necesidad del alma tanto como el oxígeno lo es para vivir humanamente. Podemos decir que la oxigenación de nuestro interior se llama oración y que el proceso que conlleva esa oxigenación es el tiempo que le dedicamos a estar con Dios.

Es imperioso que tomemos conciencia de que la oración debe ser parte importante en nuestra vida, no podemos vivir si no oramos, mejor dicho, no podemos vivir la voluntad de Dios si no oramos. En la oración encontramos las respuestas a los interrogantes de nuestra cotidianidad, y encontramos la razón de nuestros cambios y crecimientos para la vida de Dios.
Quien no ora difícilmente podrá tener una verdadera conversión.

Motivo esencial del porque debemos orar es la conversión. El cambio de actitudes, de formas, el cambio de ser y de ver las cosas, el cambio radical de vida se genera a partir del encuentro con Dios. Todos tenemos un momento de la vida que ha marcado un antes y un después, y ese alto fue el momento preciso donde Dios comienza a revelarse, a darse a conocer y tenemos nuestro encuentro personal. Este encuentro pudo haber sido un retiro espiritual, una catequesis, una enfermedad, una situación difícil de sobrellevar, una persona que nos habló. Son muchas las formas en las que Dios propicia un encuentro con nosotros y hace que nuestra vida cambie para su gloria.
La oración hace, entonces, que cada día nosotros propiciemos ese nuevo encuentro con EL, para que nos siga cambiando, alimentando y haciéndonos ver lo lindo de su vida incorporada en nosotros. El primer encuentro lo propicia el Señor, los demás dependen de nuestra necesidad de estar con EL y buscar las formas de mantenernos en una oración continua y en un espacio de oración diario.

Es necesario orar para que la voluntad de Dios se revele en nosotros, para saber discernir lo que Dios quiere, para poder tomar buenas decisiones, para que nuestra vida encuentre el rumbo, para que los planes y promesas de Dios se cumplan.
Pero si no nos detenemos, si no vamos a la fuente, si no oramos será muy complicado saber discernir y actuar en consecuencia.

Muchas veces hemos dicho y también hemos escuchado “no se lo que Dios quiere de mi”. Esa pregunta seguirá sin respuesta hasta que nosotros tomemos el hábito de orar, de hablar con Dios, de ir preguntándole lo que espera, lo que quiere y pidiéndole las capacidades para responder.
No podemos amar lo que no conocemos, no podemos vivir lo que no sabemos, no podemos responder si no nos sentimos llamados, es decir, nadie puede hacer nada si no sabe. Ir al encuentro con Dios en la oración es una forma de disipar la ignorancia y recibir luz.

Orar es necesario para poder confrontar nuestra vida con la vida de Dios, es la única forma donde podemos estar cara a cara con el Señor, con nuestro yo al descubierto, y dejarnos moldear por EL, dejarlo que restaure su imagen y semejanza en nosotros. Cada momento de oración es como entrar a un Spa espiritual, donde el Señor te renueva, saca las impurezas y te deja preparado para una nueva jornada en su presencia.

La oración nos deja al descubierto delante del Señor, pero no de una manera acusadora, sino de la mejor forma, de la manera constructiva, de la manera que nos hace crecer, de la manera que nos da la oportunidad de ser cada día mejores y de una manera especial de vigilancia.
La oración nos ayuda a estar vigilantes con nuestro interior, nos ayuda a ejercer esa delicadeza de conciencia porque nos vamos dando cuenta que al estar delante del Señor, junto al Señor, encontrándonos con nuestro Papá, no podemos negar lo que somos, lo que nos falta y lo que deseamos, por lo que nuestra conciencia se va formando día a día, momento a momento en su presencia. Y es la mejor formación, porque la enseña Dios mismo.

martes, 18 de noviembre de 2014

¿CÓMO ORAR? Extracto de mi libro "OREN Y VIGILEN" (Ivana Garramone)

¿CÓMO ORAR?

En un principio podemos decir que el ¿Cómo? En la oración no es cuestión de posturas o rituales que acompañen el espacio de oración, sino más bien, la actitud interior para presentarnos delante de Dios, para disfrutar del encuentro con EL.

¿Cómo presentarme al Señor? ¿Cómo iniciar un diálogo con EL? ¿Cómo decirle lo que hay en mi corazón? ¿Cómo hacerme entender?
Son preguntas que pueden surgir de nuestra expectativa, de nuestra disposición a la oración. Podemos hacernos muchas otras, o tal vez, ni siquiera se nos ocurra hacernos preguntas. De todos modos, está bien que tengamos este tipo de cuestionamientos, ya que nos ayuda a crecer y a tomar una verdadera actitud orante día a día.

Cada uno de nosotros tenemos el precioso privilegio de poder entablar una relación de amistad con nuestro Señor, cada uno de nosotros podemos llegar a EL porque hay un motivo muy especial que nos acerca y ese motivo es la Filiación divina, es decir y en palabras más simples, el ser Hijos de Dios. Entonces nuestro acercamiento a ÉL ya cobra un nuevo sentido, ya tiene un grado más que una amistad, ya es una experiencia de padre a Hijo y de Hijo a Padre.

Al descubrir tal magnitud, al descubrir semejante dignidad, obviamente, el corazón humano se ensancha en la presencia de Dios y cada día va tomando una nueva forma, la oración ya no es un comunicado o dialogo, sino que es una conversación familiar. Somos familia con Dios, somos sus hijos. Y como hijos nos acercamos a recibir sus consejos, a preguntarle que es lo que espera de nosotros, y a pedirle, como cualquier hijo, una ayudita especial en tal o cual cosa.

Entonces, la característica principal o la actitud principal de la oración, digamos el “gran como” es presentarnos delante del Señor como sus hijos.
¿Cómo orar? Orar como hijos.

Al entablar una conversación con nuestro Padre Dios iremos viendo en qué nos parecemos a ÉL y en que estamos muy lejos de parecernos. Iremos conociendo las virtudes de nuestro Padre e iremos obteniendo, mediante ese diálogo, el deseo y la capacidad de imitarlo.
La oración irá tomando el verdadero sentido, el que debería ser el único, el que realmente podríamos decir es la definición completa: conversación con Papá Dios.

Y ¡qué gozo produce esta gran verdad! Esta realidad debe invitarnos día a día para propiciar este encuentro con Dios, debe animarnos a orar cada día más, y debe colmar nuestro interior de nuevas luces y de deseos de acrecentar la comunión con nuestro Padre celestial, que usa esta forma para demostrarnos su amor y solicitud con sus hijos. Nos escucha, nos habla, pero lo más importante, nos espera.

Ahora bien, ya hemos descubierto la principal actitud con la cual debemos presentarnos delante de Dios. Propiamente como hijos, porque eso es lo que somos desde el día de nuestro bautismo, donde nacemos para Dios y somos capacitados por la Fe, la Esperanza y la Caridad, para creer, esperar y amar a Dios. Somos llenos del Espíritu Santo, que nos instruye en los pasos, nos recuerda las enseñanzas de Cristo, y viene en nuestro auxilio para que sepamos orar como nos conviene. Somos participados de los dones más preciados de Nuestro Señor y Hermano Jesucristo, como Profetas, Sacerdotes y Reyes. Y nuestro corazón queda totalmente limpio del pecado original que nos heredaron nuestros padres primeros y que Dios, por su gran amor y bondad, cumple con su plan de salvación haciéndonos nuevas criaturas. Todo esto sucede el día de nuestro bautismo, y lo expreso en este apartado para que tomemos conciencia de que sí, verdaderamente ¡Sí! Podemos acercarnos a Dios con la actitud de hijos porque es nuestra mayor dignidad: ser de su familia.

Cuando un hijo se acerca a su Padre no lo hace con miedo, no lo hace con irrespetuosidad, no lo hace para enseñarle sino más bien para aprender, no lo hace para ordenarle sino para consultarle, no lo hace porque si no más, sino que cuando un hijo se acerca a su padre lo hace con la confianza de que encontrará una respuesta positiva de parte de parte de Él a las cuestiones que le presentará, sean del índole que sean.

Por esto, la segunda actitud y fecunda actitud para presentarnos delante de Dios es la Confianza.

¿Cómo orar? Orar confiados, orar con confianza.
Debemos dejar de lado nuestras tonteras humanas al acercarnos a Dios, no es necesario armarnos un personaje para ir a la oración, ni siquiera es necesario un trato de lo más elevado para el uso de las palabras. Esto no significa ser irrespetuosos o no darle el lugar que Dios ocupa, al contrario, el trato de hijos a Padre debe ser respetuoso y cariñoso, respetuoso y amistoso, respetuoso y sencillo. Nadie que se acerque confiado a alguien será irrespetuoso. Al contrario, siempre encontrará las mejores palabras para expresarse, esas palabras que surgen precisamente de la confianza que se deposita en el otro.
Cuando uno se acerca a alguien con confianza le abre su corazón, le cuenta sus cosas con la tranquilidad de que el otro va a entender, que el otro va a saber ponerse en su lugar, que el otro al escucharlo lo va a conocer mejor y en consecuencia le podrá dar luz, le podrá aconsejar. Cuando se usa la confianza en la comunicación el mensaje llega directo, correcto, simple y deja lugar a que la otra persona pueda expresarse también.
Por ejemplo, no es lo mismo entablar una conversación con un desconocido que detenerse a conversar con un amigo. Cuando vamos a un supermercado nosotros mismos nos servimos lo que vamos a buscar, llegamos a la caja, hacemos la fila, saludamos al cajero pero ni siquiera sabemos su nombre, abonamos y nos vamos. Cuando vamos al kiosco cerca de casa, saludamos al vecino, charlamos un ratito, le pedimos lo que necesitamos, abonamos y mientras tanto vamos hablando de una y de otra cosa, el trato es más familiar, más fluido, incluso hasta nos animamos a pedir que nos den crédito si no contamos con dinero en ese momento. Así mismo, salvando las distancias, es el trato de confianza que debemos tener con el Señor. Ir a su encuentro, expresar nuestra necesidad, dejar que Él nos atienda y nos brinde lo que tiene para darnos.

La confianza hace que la expresión sea completa, que no andemos con medios mensajes, sino que nos ayuda a darnos por completo y a decir lo que realmente siente nuestro corazón.
La confianza nos abre la puerta para recibir. Y nos dispone para lo mismo.

Cuando confiamos se nos hace fácil expresarnos. Cuando confiamos no tememos. Cuando confiamos no nos detenemos a pensar si el otro me va a entender o no, sino que tenemos la certeza de que seremos escuchados, comprendidos, atendidos e incluso aconsejado.

La oración, entonces, tiene que ser confiada. Debemos usar la confianza con nuestro Papá, que ciertamente, quiere  lo mejor para sus hijos y así actúa en consecuencia.

Y mucho más, si vamos al encuentro con el Señor y nos presentamos tal cual somos, porque confiamos, creceremos con facilidad. Porque no estaremos a la defensiva ni tratando de ocultar cosas, sino que estaremos con un sentimiento profundo de libertad, que hará que veamos lo que somos delante de Dios, y Dios premiará nuestra confianza y nuestra sinceridad, dándonos la gracia de la conversión día a día.

También una oración confiada hará fecunda la respuesta. Mejor dicho, siempre encontrará respuesta, ya que depositando la confianza en Dios estaremos expectantes de lo que EL hará y eso nos mantendrá activos para ver las maravillas, no solo las grandezas, sino hasta lo más pequeño que suceda a nuestro alrededor. Se nos hará más fácil reconocer que todo viene de Dios, por el simple hecho de que hemos puesto la confianza en ÉL.

La confianza nos hace sencillos, nos hace simples. Cuando confiamos no andamos enloquecidos en la búsqueda de palabras o expresiones para que nos entiendan, sino que nos expresamos así como sale, con nuestra forma de hablar, con nuestro lenguaje.

Otra de las actitudes, que se van encadenando, es la sencillez, la simplicidad.

¿Cómo orar? Orar con sencillez. Siendo muy simples.
No es por las muchas palabras que se digan en la oración que seremos comprendidos, sino que es por la simplicidad del mensaje, lo preciso del mensaje, lo objetivo del mensaje. La expresión clara es lo que hace simple la oración.
No debemos dar muchas vueltas para decirle a Dios lo que queremos, o para pedirle lo que necesitamos, o para contarle nuestras cosas.
El Señor sabe todo, por eso, no es necesario ocupar mucho tiempo o estar esperando a ver como le digo esto o aquello.

Cuanto más simple sea nuestra oración más fecunda será la respuesta. Si nos presentamos delante del Señor, para encontrarnos con Él, entonces que no se desvirtúe el propósito: encontrarnos con EL.
El encuentro comienza cuando vos y yo coincidimos en algún lugar, cuando las dos personas llegan al lugar citado, cuando acudo al llamado de alguien que me está esperando. En el momento en el cual coincidimos unos con otros, eso se denomina encuentro. Por lo tanto, en la oración, el momento del encuentro con Dios es cuando coincidimos con EL, cuando nos tomamos el tiempo y vamos, nos retiramos a nuestra habitación, y estamos con Dios, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Planteando esto, la oración se hace sencilla, porque las palabras sobran. Es por esto que digo que la sencillez es actitud de la oración, es la actitud de los hijos que van al encuentro de su Padre, es la actitud de los confiados. Porque no hacen falta protocolos con el Señor, lo que hace falta es un corazón sencillo que tome conciencia de que Dios es su padre y que lo mejor que puede hacer es confiar en EL.

Así como somos, así nos conoce el Señor. Dios conoce hasta lo más íntimo de nosotros, nos conoce mejor que a nosotros mismos, entonces no tenemos que presentarle un curriculum de vida sino que tenemos que presentarnos nosotros mismos, como somos, lo que queremos, lo que esperamos, lo que necesitamos, lo que anhelamos, lo que nos hace felices y lo que nos entristece, todo. Absolutamente todo.

Deberíamos ahondar en esta actitud frente a Dios, ya que no solo es una actitud para la oración, sino que la oración nos irá haciendo cada día más sencillos, más simples. De este trato de amistad con Dios, de esta pequeñez, iremos aprendiendo que en la vida, en cada cosa, en cada circunstancia o situación, con la sencillez iremos solucionando todo y todo será más fácil. Sin andar retorcidos buscando soluciones veremos que la sencillez todo lo alcanza más rápido y sin tantos esfuerzos.

Una oración sencilla es a la medida de Dios. EL nos muestra que siendo tan Grande se hace pequeño, siendo el Dueño del tiempo se hace presente en un momento determinado por nosotros para encontrarse, simplemente para encontrarse con sus hijos.
Otra cualidad importante, que va unida a la sencillez, es la humildad.
¿Cómo orar? Orar con humildad.
La humildad va de la mano de la sencillez. Solo puede ser sencillo quien es humilde. Y solo puede ser humilde quien es sencillo.
Aquel que puede ver la grandeza de Dios y su propia pequeñez, es una persona humilde.

Humildad, precisamente es eso, reconocer la grandeza de Dios. Ubicarnos en nuestra condición de criatura, criaturas con una dignisima condición que es ser hijos de Dios. Una oración humilde mueve el corazón de Dios.


Desde el punto de vista virtuoso, la humildad, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, quien se siente auto-suficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia.

Imaginemos una persona que se acerca a la oración y trata con Dios como de igual a igual, como que Dios tiene que hacer lo que ella quiere o como ella dice, o porque a ella le parece. En cambio, la humildad expone en la oración y espera confiadamente en el Señor. No le impone sino que le propone, no desafía sino que confía, no hace trueques sino que ofrece, no espera más de lo que considera oportuno y reconoce que lo oportuno es lo que Dios decida, en su tiempo.
Una oración humilde reconoce que todo viene de Dios y que todo le pertenece a Dios. Sabe feacientemente que Dios es Dios y que frente a EL solo quedan palabras de gratitud, de amor, de enamoramiento. El humilde no pretende que Dios haga cosas, más bien deja todo en las manos de Dios para que sea EL quien decida lo mejor.

La humildad es la virtud de los hijos que se acercan a su Padre, confiados y sencillos, a mantener por un tiempo determinado una charla profunda, abierta, espontánea y desde el corazón. Y obtienen en respuesta los consejos, los cuales aceptan para la vida y día a día intentan cumplir con la voluntad del Padre.


Esto es simplemente orar, esta es la manera más simple de hacerlo y esta es la gran necesidad de todo ser humano. Recordemos a San Agustín en su frase tan conocida: “Nuestro corazón fue hecho para Dios y no descansa hasta que no lo hace en EL”. Y la oración es el descanso, es el reposo de nuestra alma en el amor del Padre. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

¿QUÉ ES ORAR? Extracto de mi Libro "VIGILEN Y OREN" (Ivana Garramone)

¿QUÉ ES ORAR?

Es una muy buena pregunta para hacernos a diario, y cada día iremos encontrando nuevas respuestas, porque al cuestionarnos iremos viendo que la mejor forma de saber, de aprender sobre la oración es simplemente experimentándola.

Hay muchas definiciones, o mejor dicho, muchas formas distintas de definir la oración pero comprometidas con la misma esencia y enseñanza, distintas palabras pero la misma verdad, por lo tanto, la definición muchas veces también dependerá de la experiencia que cada uno tenga de la oración.

Según el diccionario, la palabra oración proviene del  latín: oratio. El concepto de oración tiene diversos usos. En la gramática, este término se refiere a la palabra o al conjunto de palabras con autonomía sintáctica. Esto quiere decir que se trata de una unidad de sentido que expresa una coherencia gramatical completa. La oración es el constituyente sintáctico más pequeño posible que puede expresar una proposición lógica.
¿Complicado? Para nada. Simplemente oración según esta definición nos dice que son palabras que se usan para expresar algo y que no determina a la oración las pocas o muchas palabras utilizadas. Nos dice la definición que una sola palabra puede ser una oración, así como un conjunto de palabras también pueden serlo.
Nos dice también: En otro sentido, una oración es una súplica, un ruego o una alabanza que se hace a Dios o a los santos. La oración puede formar parte de un rito de la religión, como en el caso de la Misa.
Podemos comenzar a vislumbrar que la oración es algo que se dice, es una expresión, es una o muchas palabras que salen de nuestro ser para comunicar algo, y que puede ser que alguien lo exprese solo o puede ser también que lo haga entre muchos, como parte de un rito o de un compartir.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2564, nos dice : “La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”.

Cuando empezamos a ahondar en el concepto que a nosotros nos interesa nos vamos dando cuenta de que la oración no es un simple concepto gramatical, sino que va más allá de una simple definición, nos compromete la vida. Y el compromiso es tal que no solo es expresar palabras, decir palabras, sino que marca una Alianza, un pacto, un deber, una responsabilidad, una tarea necesaria entre nosotros y Dios. Por lo que podemos, entonces, ir dejando en claro que la oración verdaderamente importante es la que está dirigida a Dios, la que se usa para comunicarse con Dios, la que responde a Dios, la que le da participación a Dios. La oración es la palabra o el cúmulo de palabras que está orientada a Dios, buscando intensamente entablar un diálogo con Él, y de corazón a corazón.

Y los santos, nuestros hermanos que nos han dejado mucha enseñanza con sus vidas, también pueden ayudarnos a ver con claridad lo que ellos experimentaron de la oración y que los llevó a poder dar una definición:

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús )

“La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno )

“La oración es tratar a solas con quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa de Ávila)

“La oración es una escucha en profundo silencio de lo que habla Dios, el Señor” (San Juan de la cruz)

“Mi secreto es de lo más simple. Rezo y a través de mi oración me convierto en alguien que ama a Cristo, y veo que rezarle es amarlo y eso significa cumplir con su palabra” (Madre Teresa de Calcuta)

Y así, muchas definiciones, salidas de las más preciosas experiencias, que ahora nos ayudan a nosotros a identificarnos con esta realidad, que por nada del mundo debería estar ausente o relegada en nuestra vida.

Orar es, por lo tanto, el uso de palabras para comunicarnos con Dios. Entrar en contacto con Él. Dialogar. Expresarnos en su presencia. Tratar de amistad, es decir, hablar con Dios como con un amigo. Hablar con Dios como con una persona que está cerca, que me escucha, que me presta toda su atención, que me entiende y comprende muy bien lo que le estoy diciendo. Orar es entablar una buena relación con Dios, es cumplir con el compromiso de que Dios sea alguien en mi vida, de hacerlo cercano, de dejarlo que me conozca y eso se da en una charla cotidiana y tendida, en un buen rato de compartir.

La oración, bien podemos decir y sin temor al error, es el oxigeno de nuestra alma. Nuestro interior está habitado por Dios y ese estar del Señor en nosotros exige atención, entonces la oración viene en nuestro auxilio para que ese don tan precioso que tenemos dentro nuestro empiece a tener sentido, para que empecemos a tomar conciencia, para que disfrutemos de esa vida celestial que llevamos dentro, para que no andemos buscando perdidamente afuera lo que tan pronto podemos encontrar adentro.

Orar no es perder tiempo, orar es ganarlo. Detenerse a charlar con Dios es lo mejor que podemos hacer, es la manera más propia de cuidar nuestra alma, es la forma mas precisa de crecer para la gloria de Dios, es la manera mas rápida para sanar heridas espirituales, es la forma más acertada de conocer la voluntad de Dios. La oración es el Templo del encuentro, y todos, necesariamente todos, debemos ir a ese lugar a abrazar a Dios y a dejarnos abrazar con Él.

Jesús, en Mateo 6, 6 nos dice: “Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Nos habla de retirarnos a nuestra habitación, y tal vez muchos podemos decir “pero yo no tengo una habitación propia” “yo no tengo mi espacio personal”; pero acá podemos ver que la invitación de Dios no es solamente a un espacio apartado, sino que habla de orar en “tu habitación” y ese lugar sí es tu espacio, es de tu propiedad, es tuyo y solo tuyo. Ese lugar es especialmente personal, porque ese lugar es allí, precisamente allí donde habita Él, el templo de su Espíritu, tu ser, tu corazón. Allí es donde Dios nos invita a orar, en nuestro interior, ir al encuentro de Él. Allí donde personalmente cada uno puede tener esa charla con Dios sin que nadie interrumpa, sin que nadie se meta, sin que nadie diga como o cuando. Esa intimidad con Dios la podemos y la debemos tener todos y cada día de nuestra vida, porque es allí donde Dios nos espera para hablar.    

La oración no es un montón de palabras que salen de nosotros dirigidas al viento o a la lluvia, no es un poema de enamorados que andan llorando por su amado que no saben donde está, lo bueno de la oración es que va dirigida específicamente a Dios y es EL quien nos escucha y es EL quien nos responde.
Ojalá pudiéramos tomar conciencia de que, pobres criaturas como nosotros, podemos entablar un diálogo con una persona tan Grande, Infinita, Eterna, Poderosa y todos los demás atributos de Dios. Y ojalá también, pudiéramos darnos cuenta que muchas veces nos desvivimos por poder tener una comunicación con alguien que de repente, como humano, puede hacer algo por nosotros, y descuidamos a Aquel que en realidad no solo puede hacer algo por nosotros sino que puede HACERLO TODO.


En resumen, orar es hablar con Dios, dialogar con El, entablar una comunicación que nos hace bien, que nos impulsa, nos libera, nos sana y nos hace crecer. Orar es ir al encuentro de Dios, conocerlo, saber de sus pensamientos y descubrir los planes que tiene para nuestra vida. Es disfrutar de saber que el que nos escucha no es uno como nosotros sino que es el Señor.

jueves, 14 de agosto de 2014

LA CORRECCIÓN FRATERNA (Tercera parte)

¿Quién debe corregir?

Todos tenemos el compromiso de cuidar a los hermanos. La corrección debe hacerla quien sabe el pecado del hermano. No es necesario andar desparramando las equivocaciones de los demás para ver quien se anima a corregir. Si, es necesario, que quien lo sabe se sienta responsable de su hermano y lo haga caer en cuenta. Lo corrija y lo acompañe en el camino de cambio que ese hermano va a comenzar. No es solo ir a decirle al otro lo que hace mal, es hacerse uno con el otro y enseñarle que eso que ahora le cuesta en algún momento me costó a mi también y entre los dos ver como superarlo.

Somos guardianes, y debemos guardar delicadamente el alma de nuestro hermano, y no solo el alma, sino también su reputación. Que sea obstinado en un pecado no significa que debe ser lapidado o señalado, significa que tal vez nunca nadie le dijo nada, significa que tal vez no lo sabe, o puede significar que lucha diariamente y no puede superarlo, motivo por el cual necesita más que una corrección un acompañamiento de amor y paciencia.

Hay que animarse a corregir porque eso implica obedecer a Dios. Nadie debe sentirse ofendido cuando se lo corrige ni nadie debe sentirse maestro porque está corrigiendo. El amor hace que la corrección sea equilibrada tanto para quien corrige como para quien la recibe.

Debemos tener en cuenta que la autoridad moral para la corrección ayuda mucho, pero tampoco vamos a dejar de corregir al hermano porque yo también soy pecador. Eso ya se sabe de antemano. Dios lo sabe y sin embargo nos pone a cuidar almas. Lo mismo para quien la recibe, no porque el otro hermano sea pecador no me puede venir a corregir, al contrario, se trata de cuidarnos unos a otros, amarnos a la medida de Cristo que fue capaz de señalar los errores y de perdonar en el momento que fue necesario.

Si no voy a ser capaz de corregir a alguien con el amor que se merece y el acompañamiento que requiere, entonces está bueno buscar a alguien responsable, especialmente dentro de la comunidad, alguien que represente autoridad para que el hermano pueda recibir la corrección. Pero solo a esa persona, nada de andar buscando a uno y a otro para ver quien se le anima, así no es la cosa, el tema es amar y en ese amar buscar la mejor forma para que mi hermano crezca y glorifique a Dios.

Y el amor, el amor es la mayor motivación. El texto citado de la Sagrada Escritura es del antiguo Testamento, Cristo vino a ponerle un nuevo sentido a todo y a todas las prácticas, por lo tanto, ahora a nosotros nos toca el amor, ser profetas del amor de Dios. Llegar al hermano porque lo amo y quiero lo mejor para él en Dios y que mi hermano llegue a mi porque me ama y tiene el mismo interés y propósito.

Sin amor no podemos hacer nada, sin amor ni siquiera podemos plantearnos una corrección y sin amor, es muy probable, que ni siquiera nos animemos a corregirnos nosotros mismos, por eso andamos estancados en el camino de conversión. Si nos falta amor nunca corregiremos ni nos dejaremos corregir. Pero si hay amor la corrección solo será una manera concreta y práctica de demostrarnos cuánto valemos unos para los otros y a través nuestro cuánto valemos para Dios.

LA CORRECCIÓN FRATERNA (Segunda parte)

¿Que es lo que se debe corregir?

El Señor lo dice muy claro: “Pero si tu adviertes al justo para que no peque”. La materia de corrección es el pecado. Todos sabemos que el pecado es una ofensa a Dios. Que puede ser en mayor o en menor grado, pero siempre ofende a Dios. Hay pecados que nos alejan de la amistad con Dios, nos apartan de la vida de Gracia, son los pecados graves o mortales.

Por lo tanto, queda más que claro, que el motivo y/o materia de corrección es el pecado. Todo aquello que pueda hacer que mi hermano se aleje de Dios, y eso requiere de mi parte una atención especial. No como chusma queriendo ver cuando mi hermano cae en pecado, sino con la solicitud del amor, que si Dios me permite ver algo que no le agrada o que le ofende, no me lo hace ver para que me ria, me burle, se lo eche en cara, sino que me lo permite para que yo “temple a mi hermano” “cuide fraternalmente”.

No es motivo ni materia de corrección los defectos de mis hermanos, o todo eso que a mi me moleste, no puedo dirigirme a corregir simplemente porque algo no me gusta o me molesta pero no ofende a Dios, solo me irrita a mi. Eso lo puedo charlar con mi hermano para darle la oportunidad de que se exprese y me comente porqué hace tal o cual cosa, pero tampoco para pedir cuentas del actuar, sino para tratar de entender, comprender y aceptar al hermano como es.
Lo que tengo que buscar incansablemente es cambiar el pecado en el hermano, pero no su remera arrugada que en nada ofende a Dios.

Por ejemplo: Un hermano insiste y persiste en no participar de la Santa Misa los días domingo, no cumpliendo así con la obligación de amor que todos tenemos de santificar las fiestas y celebrar el día del Señor. Y nadie le dice nada, nadie lo invita a dejar esa frialdad de pecado y llegar al calor del sacramento, nadie se ocupa de acompañarlo incluso, porque tal vez no sabe, no entiende, no le gusta ir solo, la familia no lo acompaña (infinidad de motivos), pero todos por ahí andan murmurando que fulano no va a Misa. La corrección en este caso es importante y urgente, no nos podemos callar, no podemos dejar que nuestro hermano, esa alma que está a nuestro cuidado se siga perdiendo, es nuestro deber hacerle ver que eso ofende a Dios y le hace daño a él mismo. Y no hace falta hacerle una exhortación tipo reto, mostrandole el dedo índice: “mira que si no vas a Misa tal cosa” “mira que si no vas a misa tal otra”. El amor es ingenioso. Y una invitación de un hermano un domingo, otra invitación de otro hermano otro domingo, enseñarle, compartirle las vivencias, tratar de que de a poco se vaya dando cuenta de que está en un error ¡ESO ES CORREGIR!

La corrección no es hacerle caer un montón de palabras sobre el alma del hermano y dejar que se levante como pueda, la corrección es decirle al alma del hermano que Dios lo ama y quiere que cada día sea mejor, y que eso que por ahora está haciendo no lo glorifica.


Pero puede suceder que algo grave como este ejemplo no se corrija, pero una pequeña molestia se hace un motivo de corrección. Una molestia podría ser “me molesta que ese hermano hable mucho”. En este caso se le puede decir también, como expresé anteriormente para entender porque actúa así, pero no es pecado hablar mucho. 

LA CORRECCIÓN FRATERNA (Primera parte)

Respecto a este precioso y quisquilloso tema que es la Corrección Fraterna, quiero compartir la cita bíblica del Antiguo Testamento, un oráculo del Señor al profeta Ezequiel, donde le dice lo que debe hacer por su hermano y el compromiso que esto conlleva.
Si el justo deja de hacer el bien y comete la injusticia, pondré una piedra delante de él para que se caiga y morirá. Si tú no se lo has advertido, morirá a causa de su pecado, se olvidarán de las buenas acciones que haya hecho, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero, si tu adviertes al justo para que no peque y siga sin pecar, vivirá gracias a tu advertencia, y tú habrás salvado tu vida” (Ez.3, 20-21)

Como podemos observar, la Corrección Fraterna, es en primer lugar la misión del profeta. Una misión es un encargo de parte de Dios que hay que cumplir, que debe cumplirse porque Dios así lo quiere y es algo que le dará gloria, pero no solo le dará gloria sino que beneficiará tanto al profeta como a todos los demás.

No podemos andar por el mundo diciendo que somos profetas si no nos hacemos “Cargo” del hermano. 

En su Palabra, el Señor considera al hermano como una persona “justa”, una persona que pretende vivir bien, que conoce los caminos de Dios, pero también nos hace entender que esa persona justa y con buenos propósitos puede caer, puede cometer errores, puede pecar y ofender a Dios. No por ser justa está libre de pecado, más bien, por ser justa está rodeada de situaciones pecaminosas que a veces no puede superar, o no tiene la fuerza necesaria para superar, o no tiene un “profeta” que le hable de parte de Dios y le haga ver las cosas como debe hacer o decidir para la gloria de Dios.

Dios es muy claro en la misión encomendada al profeta: “Si no le adviertes te pediré cuentas” en cambio “si le adviertes, gracias a tu advertencia habrás salvado tu vida”.

La advertencia al justo es precisamente la Corrección, es decirle al hermano, de parte de Dios, que se aleje del pecado, es hacerle ver el error que está cometiendo, es señalarle el camino correcto hacia Dios y en su santa voluntad.

Somos profetas, tenemos como misión fundamental la corrección del pueblo de Dios, pero como hermanos tenemos la misión más preciosa y especifica que es la corrección animada por la fraternidad. La persona a quien nos toca corregir no es un simple justo, no es un fulano, es un “HERMANO”. A eso se le llama fraternidad. Por lo tanto, es mayor el compromiso, porque en vez de corrección podríamos decir que ejercitamos el “cuidado fraterno” y más, podemos agregarle un plus, es el cuidado fraterno del alma de mi hermano.


Cuando tomemos conciencia de que a eso se refiere la corrección ya no tendremos escusas ni para callar ni para herir, sino que buscaremos siempre el bien como madre solícita que cuida de sus hijos, en nuestro caso, hermanos amantes que cuidan almas para Dios.

¿Que es corregir?
Según el diccionario tenemos varias definiciones: Señalar, enmendar, llamar la atención, moderar, advertir, y otras, pero la más bonita es esta palabra “templar”.

Y templar significa: Quitar el frío de una cosa calentándola ligeramente ¡Qué maravilla! Si pudiéramos reconocer que en cada corrección que hacemos estamos sacando el frío y poniendo el calor del amor, el calor del Espíritu, el calor de Dios en el alma de un hermano. Cada vez que corregimos estamos alentando a dejar la frialdad del pecado para vivir en el calor de la vida de Gracia. Es inestimable el valor de una corrección en el alma ya que la estamos conduciendo hacia Dios, y lo más inestimable es que Dios confíe en alguien que también se equivoca y que también necesita ser templado para hacerlo.

Otra definición de templar es poner un instrumento musical en el tono adecuado, especialmente el propio instrumentista en el momento previo a comenzar a tocar ¡Cómo no alabar a Dios! Es tremendo el encargo que nos hace, es ayudar al hermano a que su alma tenga la melodía de Dios, y la melodía de Dios suena en la Gracia. Es decir, ayudar al hermano a interpretar la música de la vida en Dios. Y más aún, no como simples templadores, por llamarlo así, sino más bien como “propio instrumentista”. Es decir, considerando al hermano como mío. Mi hermano, mi alma, mi regalo de Dios.

¿Quién se anima a decir que la corrección es algo duro o feo? ¿Quién se atreve a decir que la corrección solo hiere o hace daño? ¡NO! La corrección es lo mejor que nos puede pasar y lo mejor que podemos hacer, es cumplir con la misión de profetas.

sábado, 9 de agosto de 2014

DESENMASCARANDO AL DEMONIO (Parte 2)

La acechanza del enemigo es muy fuerte en estos tiempos, estamos ensimismados y metidos en una sociedad consumista, egocéntrica, donde todo vale menos la vida que es el gran regalo de Dios. Y los cristianos no estamos exentos de caer en sus trampas, que muchas veces están disfrazadas de sutileza cristiana, de alta superación, de profunda oración, pero que en realidad no es obra de Dios sino que son armadas por el enemigo de nuestra alma.
 Otras máscaras, no menos nocivas, son las siguientes.

Fortaleza de Ocultismo: Es el gravísimo error en el que se puede caer pensando en que son cosas buenas o que se pueden hacer cosas buenas, y una vez que se entra en este campo es difícil salir. Son una abierta aplicación maléfica de muchas fortalezas ideológicas.  Las fortalezas del ocultismo, son fortalezas de brujería, satanismo y religiones de la nueva era, las cuales invitan a los espíritus guías a operar.  Es la búsqueda de saber más de lo que necesitamos saber, usar medios que no nos ayudan y que nos infectan el espíritu con la presencia demoníaca. El demonio agudiza la curiosidad para que caigamos en sus trampas, el querer saber o el demostrar poder de saber es lo que el demonio usa para hacernos caer. El sobresalir en esta ciencia, el querer demostrar que la iluminación viene del más allá, nos quita la objetividad de la revelación de Dios. Lo que Dios revela es siempre santo y verdaderamente sabio, lo que el diablo revela son suposiciones, son irrealidades, son proyectos que salen de su mente maligna que pueden o no suceder de acuerdo al lugar que se le dé. 
El demonio revela mentiras porque es mentiroso por esencia, y nos aleja totalmente de la verdad. 

Fortalezas sociales: Es la sicosis que se arma en una sociedad por la opresión, por la mala gestión política, por la falta de recursos, por la inseguridad que se vive. Es lo que hace que las personas no puedan vivir en la paz de Dios en medio de las dificultades. Es la opresión sobre una ciudad, en la cual la injusticia social el racismo y la pobreza, con todos sus problemas relacionados.  Hace que la gente crea que Dios no se preocupa por sus necesidades. Este pensamiento es predominante, se escucha por todas partes decir: “Si Dios existiera esto no sucedería”… se lo culpa a Dios de la muerte de inocentes, mientras tanto el mismo ser humano se hace daño. La sociedad embiste de tal forma el sentimiento cristiano que los creyentes ni siquiera se animan a hablar de Dios porque son marginados, maltratados. El demonio va ganando terreno porque los cristianos se llenan de miedo, se dejan ganar por la desesperanza, se dejan llevar por lo que sucede a su alrededor y no logran ver con claridad el actuar de Dios. Los creyentes asumen posturas de víctimas y no salen a evangelizar, no hablan de Dios, solo se limitan al cumplimiento de los deberes mínimos como seguidores de Cristo.

Fortalezas sectarias: causan divisiones, es lo más doloroso en la vida del cristiano, le produce mucho sufrimiento y a la vez lo estimula a buscar quien lo contenga, quien le demuestre cariño. Esta fortaleza se va creando cuando el enemigo puede ver nuestra debilidad en la búsqueda de afectos, de vanagloria, de aplausos. Es ahí donde se mete poniendo su aguijón. Lo hace acercándonos personas que tienen el mismo problema. Cuando no somos capaces de aceptarnos tal cual somos y necesitamos de los demás para valorarnos el demonio, que no tiene escrúpulos, utiliza esa falta de estima propia para acrecentar la división y crear sectas. Sectas no es solamente las religiosas, sectas son los grupos de personas que se reúnen o se juntan, en el sentido de armar camarilla, no para glorificar a Dios sino para glorificarse a ellos mismos. Es un lugar donde reina el orgullo y la soberbia que se desprenden de las faltas de amor y heridas espirituales. La búsqueda de contentos humanos hace que se formen esos grupos que dañan el alma, no porque esté mal agruparse, sino porque lo que está mal es para qué se agrupan. Donde falte Dios siempre habrá lugar para el demonio. Y el demonio sabe usar muy bien los espacios, por pequeños que sean, para usar sus armas en nuestra contra.
Estas reuniones, que no siempre son físicas, producen alejamiento tanto de las personas como de los ideales cristianos. Crean idolatrías y creencias ficticias en las mismas personas, que en su momento fallan y se produce un verdadero quiebre de identidad fatal para el alma y el crecimiento espiritual. Muchas veces esta artimaña consigue enfermedades sicológicas o psiquiátricas de gran rango hasta anular a las personas, es peligroso.

viernes, 8 de agosto de 2014

DESENMASCARANDO AL DEMONIO (Primera parte)

El demonio usa máscaras, y nosotros debemos estar atentos a no dejarnos engañar para no caer en sus redes y hacernos daño y dañar a los demás.
Sobre todo, en la vida familiar, en la vida comunitaria, en la vida de Iglesia, que son los pilares de la sociedad, busca constantemente meterse de una u otra forma para romper, para desarmar la comunión.
El demonio sabe que Dios es poderoso y sabe que los que siguen a Dios con corazón sincero tienen el poder de la gloria de Dios, sabe que si se vive una vida comunitaria como debe ser la gloria de Dios se expande y eso es lo que el quiere evitar.
Estemos atentos para no darle cabida y para que podamos ser destellos de la gloria de Dios, donde estemos, con nuestra vida y con la vida fraterna.

El demonio levanta fortalezas que hay que derribar, son fortalezas que amurallan a las personas, amurallan nuestra mente, amurallan las relaciones y eso es lo que tenemos que combatir. Dios puede hacerlo y nosotros podemos hacerlo en Dios, por lo que debemos tener claridad al respecto.


Fortalezas Personales: artimañas que Satanás construye para influir la vida personal de uno; sin darnos cuenta le damos el total permiso para que entre en nuestra vida y domine nuestra vida ¿Tanto? ¡Si! Su dominio corresponde a ir haciendo cada vez más pronunciado la tendencia al mal, al pecado. Insinúa y propone los vicios como algo normal, como parte de nosotros, como algo que no nos hará daño y que ni siquiera puede ser nocivo para nuestra alma. Nos propone a través de innumerables formas todo lo contrario al plan de Dios haciéndonos pensar que nada de eso es malo, encontrándole excusas a todo y justificación. Llega a tal punto de dominar el pecado personal, los pensamientos, los sentimientos, las actitudes y modelos de conducta personal. No porque pueda meterse en nuestra forma de pensar sino porque nos ha convencido de que todo está bien, que todo sirve para ser feliz, que lo que pide Dios es imposible de cumplir, que después de todo no es tan malo pecar en tal o cual cosa… nos lleva a disentir con las enseñanzas de Cristo o mejor dicho, nos contrapone a las enseñanzas de Cristo justificando el pecado con la frasecita: “Y bue… somos humanos” y el conformismo de esa frase es totalmente diabólica.

2) Fortalezas de la mente: Es la mente embotada con pensamientos negativos, llena de desesperanza y desaliento, es la mentalidad de derrota, de que nada vale la pena, de que todo está mal,, de que ya no se puede hacer anda. Pensamientos negativos que deprimen, que sacan de enfoque, que desestabilizan hasta el punto de creer que Dios no existe. Con esta forma de pensar nos lleva al caos total en la fe. El demonio no entra en nuestra mente como pancho por su casa por sí mismo, sino con nuestro propio permiso ¿Cómo lo hace? Lo hace generando situaciones que nos molestan, que nos cansan, que nos abruman y que generan una forma de pensar distinta a la que Dios nos ha compartido. Cuando vemos cosas que no nos gustan y no las cambiamos o no ayudamos a cambiarlas, ahí comienza el actuar del demonio para que nuestra cabeza se llene de pensamientos subjetivos, muchas veces irreales, pero que dañan muchísimo a nuestra alma y nos alejan de Dios. Nos alejan de Dios hasta el punto de reclamarle al Señor todo lo que nos sucede, Dios es el gran culpable.

Fortalezas ideológicas: son fortalezas de opiniones enraizadas, esas opiniones que nadie puede hacernos cambiar porque estamos convencidos de que es así. Esas formas de pensar y actuar que son muy propias y que no estamos decididos a cambiar y que no solo eso, sino que queremos imponer a toda costa. Son las fortalezas del orgullo, la soberbia, el egocentrismo, el pensar que somos los iluminados y que nadie más que nosotros tenemos razón. Nos cerramos de tal manera a lo que nosotros creemos que no damos espacio a que los demás pueda tener una forma distinta de pensar o de hacer las cosas. Nos imponemos de forma déspota, somos autoritarios, todo debe ser y hacerse a nuestra manera sino no sirve. Esta fortaleza crea división, broncas, malestares, produce sentimiento de huida. Pero también produce seguimientos y fortalezas de grupos, grupos ideológicos que se sienten maravillados por las teorías y dejan de seguir a Cristo para seguir a una persona y se cae fácilmente en la idolatría. Dios ya es secundario. El demonio se disfraza de ángel de luz para dar sus mensajes, usa a Dios y su santo Nombre para darnos a creer lo que quiere, y nos termina convenciendo de tal forma que se pierde el discernimiento.

viernes, 25 de julio de 2014

MANO HÁBIL Y CORAZÓN SINCERO

"Escogió a su siervo David, el que era pastor de ovejas; lo quitó de andar tras los rebaños, para que cuidara a su pueblo, para que fuera pastor de Israel. Y David cuidó del pueblo de Dios; los cuidó y los dirigió con mano hábil y corazón sincero" (Salmo 78, 70-72)

El pueblo de Dios es la congregación de los hijos de Dios y la congregación de los hijos de Dios es la Santa Iglesia. Dios siempre cuida a su Iglesia y la forma de cuidarla es eligiendo a quienes tienen el encargo de dirigirla, guiarla, corregirla.
Nuestra Madre Iglesia es Jerárquica y esa jerarquía no es un simple gobierno o una forma organizativa, es jerárquica para mostrar al mundo la comunión con Dios y con los hombres.

Como miembros de la Iglesia debemos amar y respetar a los siervos elegidos por Él para que nos cuiden, debemos orar por ellos y obedecer.

Pero también es necesario que todos y cada uno comprendamos que de una u otra forma el Señor nos va llamando para cuidar a su pueblo. El Señor nos va sacando de los lugares donde nos encontrábamos anteriormente para que cuidemos a su pueblo, a sus hijos, A NUESTROS HERMANOS. 

Mirando lo que hizo con David podemos destacar que Dios lo sacó, dice la Palabra, de andar detrás de los rebaños para que cuidara su pueblo, para que fuera pastor del pueblo. Dios sigue utilizando lo que David hacía, sigue utilizando la capacidad de cuidado de David, utiliza su sabiduría en lo referente a rebaños, pero ya no para ovejas sino para sus hijos.
Lo mismo hace con nosotros, sigue utilizando los dones, la sabiduría, incluso la profesión que podamos tener, pero ya no para andar detrás de las cosas del mundo sino para cuidar a nuestros hermanos, para que aprendamos a aplicar todo eso que tenemos, todas nuestras capacidades y aptitudes para la extensión del Reino de Dios.

En este caso, David seguramente cuidando un rebaño de ovejas, tuvo que tener mano hábil. Y eso lo aplicó para gobernar al pueblo. Mano hábil para tomar decisiones, corazón sincero para amar a Dios y desde Dios amar al pueblo que desde este momento era su pueblo, sus hijos y sus hermanos.

Estas dos cualidades deben adornarnos a todos, especialmente a aquellos que tienen a su cargo una porción de hermanos, sea donde sea que Dios los quiera poner a su servicio.
La autoridad en Dios no es autoritarismo sino que es mano hábil. No es mano fuerte, no es rigurosidad, ES MANO HÁBIL. 
Mano hábil significa disponibilidad, disposición a la enseñanza, disposición a hacer junto con el pueblo en la medida que lo sea necesario. Mano hábil significa "Aquí estoy" y significa "Así lo haremos". Mano hábil significa que se tiene muy clara la meta y que se entiende que el que cuida en este momento debe mostrar cómo llegar. Miremos otra vez la Palabra de Dios, dice: lo sacó de andar tras el rebaño para que cuidara al pueblo. El que cuida no va por detrás, el que cuida rodea a los que cuida, los contiene, y los ayuda a caminar en la voluntad de Dios. 

Corazón sincero es comunión con Dios, rectitud, conocer lo que Dios quiere para poder transmitir a los demás ese plan. Vivir primero para compartir después. Algo así como "te muestro lo que hay que hacer y cómo hacerlo con mi vida", muy distinta de aquella frase conocida "haz lo que te digo, no lo que yo hago". Corazón sincero es el camino sobre la verdad de Dios y la verdad NOS HACE LIBRES.

Pidamos al Señor la gracia de poder ayudar a nuestros hermanos con nuestro testimonio, que nuestras manos sean hábiles y nuestro corazón sincero, que actuemos siempre con rectitud, que no haya en nosotros dobleces, que nadie se confunda por nuestros descuidos sino que todos se sientan amados por EL a través nuestro. Amén

jueves, 26 de junio de 2014

ANIMARSE A CONSTRUIR!!

¿Quién no sueña o ha soñado alguna vez con una casa propia? Creo que es el sueño de todo ser humano, es una realización, es una gran satisfacción tener un "techo" como se dice.

¿Quién piensa o ha pensado alguna vez construir su casa espiritual? ¡¡AHH!! ¿Qué sería eso? Bien, que bueno que todos los hijos de Dios empecemos a tomar la debida conciencia de que, desde el día del Santo Bautismo, hemos sido constituídos "Casa de Dios" ¡¡SI!!

Dios, Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo habitan en nuestro interior, transformando nuestro ser en su casa, en su habitación, en su territorio, en su aposento... Dios no está lejos, Dios está en todas partes como lo dice la gran verdad de su Omnipresencia, pero también está y de una manera especialísima en cada uno de nosotros.

Esta realidad debe alentarnos a la construcción, a edificar esa casa bendita que somos en una casa digna. Dios debe, por derecho, tener su habitación digna, Dios no puede convivir con el pecado, Dios es Gracia y la Gracia es su presencia, por lo que es incompatible y no puede convivir con el mal, con el pecado, con todo aquello que no sea su gloria.

Es cierto que todos nosotros tenemos tendencia al mal, es cierto también que todos pecamos, es más cierto aún que no hay perfección en nosotros, que estamos heridos por el pecado, pero hay una verdad que sobrepasa todas estas realidades y es que la Gracia, la perfección están dentro nuestro y que bastaría una decisión para que la santidad comience a fluir en nuestra vida.

¿Una decisión? ¡SI! Decidirnos a estar atentos que somos barro pero que en nuestro interior habita Dios. Somos esos recipientes imperfectos que contienen la perfección. Si nos decidimos a estar atentos, todo lo que haremos por cuidar y cuidarnos, será santidad.

Qué bueno que cada día, en nuestra oración, en esa presencia divina, en esa habitación de la cual nos habla Jesús cuando nos aconseja que para orar "vayamos a esa habitación, en lo secreto, y hablemos con el Padre"; le pidamos al Señor que el resto del día sigamos teniendo presente que tanto nosotros, como quienes nos rodean, somos su casa.

Cambiaría nuestra realidad y la realidad que nos rodea, imperaría el respeto y el amor a los demás, teniendo en cuenta que ese mismo Dios que habita mi interior, habita el interior de mi hermano. Y que yo debo cuidar mi casa y no tengo derecho a ensuciar, maltratar o romper la casa de mi hermano.

Construyamos en conciencia y la santidad fluirá en nuestra vida. Amén

miércoles, 25 de junio de 2014

"POR SUS FRUTOS SERÁN RECONOCIDOS"

Jesús dijo a sus discípulos: 
Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 
Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? 
Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. 
Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. 
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. 
Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán. 

Como nos dice el Señor, es imposible que un árbol malo produzca frutos buenos asi como un árbol bueno es imposible que produzca frutos malos. Y es muy obvio que el árbol se reconoce por sus frutos y en este detalle me quiero detener.

Detalle que contiene una gran amplitud de consideraciones: 

1. ¿Tengo identificados en mi vida los frutos que estoy dando? ¿Soy árbol bueno? ¿Soy árbol malo? ¿Cuál es mi identidad real? ¿Qué hay dentro de mi que se exterioriza?
Cada uno de nosotros somos ese árbol que Dios ha pensado desde toda la eternidad, pero también, cada uno de nosotros, gozamos de libertad para elegir, para hacer opciones, y para transformar esa sabia santa que por dentro nos inunda y fluye en algo más, simplemente en algo más.
Esto significa que, cuando el ser humano deja de tener conciencia de que la Gracia de Dios es necesaria, que Dios habita en nuestro interior y que somos Templos donde EL habita, en ese momento el árbol de vida que debería dar frutos buenos se transforma en un árbol estéril, en un árbol que no fructifica, en un árbol que no tiene raíces profundas.
Sin Dios no podemos fructificar en amor, en paz, en armonía, en fraternidad, en todas las cosas buenas que solo vienen de Él. Con Dios es cuando damos frutos abundantes que nuestros hermanos pueden disfrutar.
Hay veces que creemos que estamos dando los mejores frutos, pero porque nos estamos cegando en nosotros mismos y la soberbia nos ilustra una realidad inexistente y es ahí cuando comenzamos a preguntarnos ¿Por qué nadie ve lo que hago? ¿Por qué nadie valora lo que aporto? 

2. ¿Qué frutos estamos identificando? Se nos hace muy fácil identificar los frutos de los demás, pero a veces nuestros propios frutos no logramos saberlos. Muchas veces somos capaces de hacer una lista de defectos de nuestros hermanos, así como una lista de virtudes de ellos, pero nos cuesta identificar lo malo y lo bueno que tenemos. Muchas veces esperamos que los demás nos digan nuestros frutos, siendo que nosotros deberíamos saber examinarnos a nosotros mismos. Si bien la palabra dice que por nuestros frutos nos conocerán, si nosotros no conocemos nuestros frutos no podremos mejorar, en el caso que estemos dando frutos malos. Saber mirar nuestro interior es muy favorable para el crecimiento personal y espiritual, ser consciente de lo no tan bueno que tenemos es un paso grande para adelantar en nuestra lucha por la santidad. 
Y tener muy en cuenta que cada árbol debe saber que frutos está dando, no mirar tanto si el de al lado está dando uvas o manzanas, sino mejor ocuparnos si estamos dando el fruto correcto en nuestra vida. Ocuparnos de lo que nos corresponde personalmente para que así "nos reconozcan por nuestros frutos"

3. ¿Estoy conforme con mis frutos? No se me ocurre una árbol de manzanas queriendo dar higos, pero a los humanos nos sucede. Deseamos dar los frutos que da fulanito y nos perdemos de perfeccionar nuestra cosecha. A mi, a ti, a cada uno nos conocerán por NUESTROS frutos, no por el deseo de dar los frutos de mi hermano. Es interesante que nos empecemos a aceptar, dejar la envidia de lado y fructificar para la gloria de Dios, porque el reconocimiento no solo es del mundo, sino que Dios mismo nos tiene que reconocer por nuestros frutos. Si nos hizo manzanas, pues, manzanas espera de nosotros el Señor. Como nos dice San Pablo: unos son apóstoles, otros enseñan, otros sanan, pero todos lo hacen movidos por un mismo Espíritu y para la edificación de todos. Tengamos bien presente que el fruto que Dios espera de nosotros es de acuerdo a los dones con los cuales nos haya capacitado a cada uno. Amén

martes, 24 de junio de 2014

UNA VOZ CLAMA EN EL DESIERTO

Solemnidad del Nacimiento de San Juan, el Bautista.

«Surgió un hombre enviado por Dios, que le llamaba Juan... vino para dar testimonio de la verdad»
(Jn 1,6-7)

Una voz que clama en el desierto, una voz que anuncia que se prepare el camino, una voz que anuncia y denuncia, una voz profética, una voz que habla de parte de Dios.

Muchos cristianos piensan que ser profeta es para algunos o que es algo que ya pasó, que fue en el tiempo del Antiguo Testamento, muchos creen que hoy no existen los profetas o mejor dicho, que la profecía es un don para algunos. Si bien el don de profecía es un don que regala el Espíritu Santo a algunas personas, el SER profetas es una institución divina en nuestra vida desde el día del Santo Bautismo.

Todos somos profetas. Todos somos enviados a anunciar y denunciar. Todos tenemos la responsabilidad de dar a conocer la verdad de Dios, todos tenemos la responsabilidad de ayudar a los demás a vivir ese encuentro de Gracia con Cristo para que les cambie la vida, y todos somos responsables de decirle a los demás que también son profetas y comprometidos con la verdad de Dios, aunque no lo sepan o no lo quieran aceptar.

Un profeta no habla en nombre propio sino que anuncia la Palabra de Dios, habla de parte de Dios, es un enviado de Dios ¿Qué interesante sería vernos a todos cumpliendo nuestro ser PROFETAS?
Interesante porque no solo anunciaríamos sino que estaríamos comprometidos a vivir eso que anunciamos, porque también estaríamos recibiendo de los demás la misma Palabra que anunciamos.
Interesante porque las conversaciones serían buscando los "bienes de arriba", como nos exhorta San Pablo, sin quedarnos tanto en la queja, en los juicios, en la duda, en la pavada del mundo, sino que encontraríamos en cada conversación la luz que necesitamos y el mundo sería totalmente distinto.

Pero ¡Qué distinto se vive! Muchas veces, o siempre, los profetas no son bien recibidos, son maltratados, humillados, burlados, descreídos, como si sus palabras fueran propias. El mundo, sus hermanos, cierran el corazón a sus consejos porque se detienen en la persona, porque nadie recibe de nadie, porque está siempre la frase: ¡Qué me va a venir a decir este o esta! ¡Qué sabe!
Es probable que no sepa, es probable que se exprese mal, es probable que de tanto insistir se quede sin palabras, pero más probable y certero es que EL PROFETA habla de parte de Dios y quien no lo escucha se está perdiendo un tiempo de Gracia.

Debemos aprender a recibir y a dar, aprender a escuchar y a compartir, debemos estar atentos a que no todo es como nosotros pensamos sino que nuestra vida necesariamente debe estar orientada a Dios.
Todos somos profetas y todos tenemos la responsabilidad de ser como Juan, preparando el camino para la venida del Señor, preparando el camino para que muchos lo reciban sacramentalmente, preparando el camino para que muchos dejen la vida de pecado, preparando el camino para que muchos sean felices.

Porque ¡Qué bendición tan grande es que alguien, cumpliendo con su ser profeta, nos hable de Dios, de su verdad y de su amor! Amén