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sábado, 22 de noviembre de 2014

PASTORES CON FUNDAMENTO - Extracto de mi Libro "MANUAL DEL PASTOR EN EL PUEBLO DE DIOS" Ivana Garramone

UN VERDADERO PASTOR EN EL REBAÑO DE DIOS


Para servir a Dios y a los hermanos en la Iglesia, en los grupos, o en cualquier ministerio que se nos convoque, siempre debemos y necesitamos tener en cuenta para lo que fuimos llamados y por quien hemos sido llamados. A esto se le llama fundamento o cimiento del servicio, madurez en la respuesta, y fecundidad para la gloria de Dios.


La Iglesia es jerárquica y así la instituyó Jesús, así Dios la quiere y así Dios la ordena. Y cada uno de los roles jerárquicos existen en la Iglesia para mostrar el camino, para ayudar a los hermanos, para mantenernos organizados y para ejercer la autoridad y manifestar la obediencia. Y gracias a que somos una Iglesia jerárquica tenemos unidad de criterios, una misma fe, un solo Bautismo y un mismo Dios y Padre, y contamos con la certeza de ir por el buen camino bajo las directivas y enseñanzas, que la Iglesia Madre, nos brinda.


En otro grado y sin jerarquía institucional, como la expresada anteriormente y compuesta por el Santo Padre, Obispos, Sacerdotes, y diáconos, también el Señor va formando comunidades, para que cada uno pueda vivir a lo que EL mismo lo convoca, según un carisma de fundación. Por eso lo Iglesia es comunidad de comunidades.

Y en esas comunidades también pide un orden, lo hace de manera organizada para que se mantenga la comunión, la autoridad desde EL y la obediencia. Este orden permite que todos caminemos por el mismo camino y la posibilidad de desviarse sea casi nula, por eso Dios, en su preciosa e infinita inteligencia, siempre ha querido comunidades ordenadas bajo una autoridad.


Y, como Dios nunca deja de obrar y le gusta mantener a sus hijos en un orden nacido de su corazón, dentro de las comunidades también elige y regala el don del pastoreo, poniendo al frente de grupos, a un hermano dedicado a cuidar a sus hermanos. Y el fundamento del pastoreo es este: Dios sabe que los seres humanos necesitamos un guía, sabe que a veces solos no sabemos discernir, por lo tanto, elige a uno para que mantenga la unidad y el camino correcto.

Dios elige un pastor porque así lo quiere, no es por un buen o perfecto curriculum que un pastor llega a su cargo, sino que es porque Dios es amor y con ese amor cuida a todos y cada uno.
Por eso, el pastor, antes de ponerse a pensar que fue elegido porque es el dueño de todas las virtudes, ha de ponerse a pensar que la gratuidad, el amor infinito y la sabiduría de Dios, lo ha considerado digno de servirlo en su presencia.

La elección que Dios hace es porque Dios quiere, Dios no elige porque se lo soborne o porque ha visto tantas cosas buenas en una persona que le dan pautas de elección, Dios elige para cumplir una misión, a cualquiera, porque ama. Lo que si es real, muy verdadero y digno de confianza, es que Dios capacita a quien elige. Lo capacita y lo prepara con su unción para que pueda cumplir con lo que EL le pide.


Entonces, al ser elegidos para pastorear siempre ha de tenerse en cuenta que Dios me ha dado ese rol, que no es por merecimiento, sino por elección de Dios. Y cuando nuestros motivos son los correctos, este trabajo produce dividendos eternos.


Pero en muchas culturas de hoy, donde el pastoreo cristiano conduce al prestigio y privilegio, la gente aspira al liderazgo por razones totalmente indignas y egoístas. Muchas veces el rol del pastor se resume a sanar heridas de autoestima baja, de complejos de inferioridad, que van degradando el servicio y dando una imagen errónea de lo que en realidad Dios pretende al poner a un hijo suyo al frente de los demás. No es un lugar donde buscar aplausos o servilismo, al contrario, el lugar del pastor es donde brindar aplausos a sus hermanos cuando empiezan a caminar con seguridad ayudados por él y donde el servicio mayor que puede brindar es el amor acompañado de la paciencia para entenderlos y ayudarlos.


El deseo de ser grande no es malo, la motivación es lo que determina el carácter de la ambición. Todos los cristianos somos llamados a desarrollar talentos que Dios nos ha dado, a sacar el máximo provecho de nuestras vidas, a desarrollar al máximo las capacidades que Dios nos ha dado. Pero Jesús enseñó que la ambición que se centra en el ego es mala.
La ambición del pastor debe ser “servir en perfección”, crecer a la medida de Dios, vivir en santidad, acrecentar los dones y carismas que Dios le regala. La ambición del pastor es y debe ser siempre hacer la voluntad de Dios.

El pastor no puede centrarse en él mismo, si así lo hace llevará a sus hermanos a un seguimiento humano, logrará que lo sigan ¡Si! Pero a él, no a Dios. Y el pastor está en su rol para que los demás puedan seguir a Dios en sus planes amorosos.

¿PARA QUÉ ORAR? Extracto de mi Libro "OREN Y VIGILEN" Ivana Garramone

¿PARA QUÉ ORAR?

Imperativamente necesaria para la vida es la oración. Es un ejercicio urgente a ser practicado para mantener vivo el espíritu, atenta el alma y fuerte el cuerpo.

Quien ora bien vive bien, más quien dedica tiempo a la oración cuenta con un tiempo extra de vida plena, ya que el encuentro con Dios nos suministra una experiencia de su Ser, de su amor y de sus Gracias derramadas en ese momento y a lo largo de nuestra vida.

La oración es una necesidad del alma tanto como el oxígeno lo es para vivir humanamente. Podemos decir que la oxigenación de nuestro interior se llama oración y que el proceso que conlleva esa oxigenación es el tiempo que le dedicamos a estar con Dios.

Es imperioso que tomemos conciencia de que la oración debe ser parte importante en nuestra vida, no podemos vivir si no oramos, mejor dicho, no podemos vivir la voluntad de Dios si no oramos. En la oración encontramos las respuestas a los interrogantes de nuestra cotidianidad, y encontramos la razón de nuestros cambios y crecimientos para la vida de Dios.
Quien no ora difícilmente podrá tener una verdadera conversión.

Motivo esencial del porque debemos orar es la conversión. El cambio de actitudes, de formas, el cambio de ser y de ver las cosas, el cambio radical de vida se genera a partir del encuentro con Dios. Todos tenemos un momento de la vida que ha marcado un antes y un después, y ese alto fue el momento preciso donde Dios comienza a revelarse, a darse a conocer y tenemos nuestro encuentro personal. Este encuentro pudo haber sido un retiro espiritual, una catequesis, una enfermedad, una situación difícil de sobrellevar, una persona que nos habló. Son muchas las formas en las que Dios propicia un encuentro con nosotros y hace que nuestra vida cambie para su gloria.
La oración hace, entonces, que cada día nosotros propiciemos ese nuevo encuentro con EL, para que nos siga cambiando, alimentando y haciéndonos ver lo lindo de su vida incorporada en nosotros. El primer encuentro lo propicia el Señor, los demás dependen de nuestra necesidad de estar con EL y buscar las formas de mantenernos en una oración continua y en un espacio de oración diario.

Es necesario orar para que la voluntad de Dios se revele en nosotros, para saber discernir lo que Dios quiere, para poder tomar buenas decisiones, para que nuestra vida encuentre el rumbo, para que los planes y promesas de Dios se cumplan.
Pero si no nos detenemos, si no vamos a la fuente, si no oramos será muy complicado saber discernir y actuar en consecuencia.

Muchas veces hemos dicho y también hemos escuchado “no se lo que Dios quiere de mi”. Esa pregunta seguirá sin respuesta hasta que nosotros tomemos el hábito de orar, de hablar con Dios, de ir preguntándole lo que espera, lo que quiere y pidiéndole las capacidades para responder.
No podemos amar lo que no conocemos, no podemos vivir lo que no sabemos, no podemos responder si no nos sentimos llamados, es decir, nadie puede hacer nada si no sabe. Ir al encuentro con Dios en la oración es una forma de disipar la ignorancia y recibir luz.

Orar es necesario para poder confrontar nuestra vida con la vida de Dios, es la única forma donde podemos estar cara a cara con el Señor, con nuestro yo al descubierto, y dejarnos moldear por EL, dejarlo que restaure su imagen y semejanza en nosotros. Cada momento de oración es como entrar a un Spa espiritual, donde el Señor te renueva, saca las impurezas y te deja preparado para una nueva jornada en su presencia.

La oración nos deja al descubierto delante del Señor, pero no de una manera acusadora, sino de la mejor forma, de la manera constructiva, de la manera que nos hace crecer, de la manera que nos da la oportunidad de ser cada día mejores y de una manera especial de vigilancia.
La oración nos ayuda a estar vigilantes con nuestro interior, nos ayuda a ejercer esa delicadeza de conciencia porque nos vamos dando cuenta que al estar delante del Señor, junto al Señor, encontrándonos con nuestro Papá, no podemos negar lo que somos, lo que nos falta y lo que deseamos, por lo que nuestra conciencia se va formando día a día, momento a momento en su presencia. Y es la mejor formación, porque la enseña Dios mismo.

martes, 18 de noviembre de 2014

¿CÓMO ORAR? Extracto de mi libro "OREN Y VIGILEN" (Ivana Garramone)

¿CÓMO ORAR?

En un principio podemos decir que el ¿Cómo? En la oración no es cuestión de posturas o rituales que acompañen el espacio de oración, sino más bien, la actitud interior para presentarnos delante de Dios, para disfrutar del encuentro con EL.

¿Cómo presentarme al Señor? ¿Cómo iniciar un diálogo con EL? ¿Cómo decirle lo que hay en mi corazón? ¿Cómo hacerme entender?
Son preguntas que pueden surgir de nuestra expectativa, de nuestra disposición a la oración. Podemos hacernos muchas otras, o tal vez, ni siquiera se nos ocurra hacernos preguntas. De todos modos, está bien que tengamos este tipo de cuestionamientos, ya que nos ayuda a crecer y a tomar una verdadera actitud orante día a día.

Cada uno de nosotros tenemos el precioso privilegio de poder entablar una relación de amistad con nuestro Señor, cada uno de nosotros podemos llegar a EL porque hay un motivo muy especial que nos acerca y ese motivo es la Filiación divina, es decir y en palabras más simples, el ser Hijos de Dios. Entonces nuestro acercamiento a ÉL ya cobra un nuevo sentido, ya tiene un grado más que una amistad, ya es una experiencia de padre a Hijo y de Hijo a Padre.

Al descubrir tal magnitud, al descubrir semejante dignidad, obviamente, el corazón humano se ensancha en la presencia de Dios y cada día va tomando una nueva forma, la oración ya no es un comunicado o dialogo, sino que es una conversación familiar. Somos familia con Dios, somos sus hijos. Y como hijos nos acercamos a recibir sus consejos, a preguntarle que es lo que espera de nosotros, y a pedirle, como cualquier hijo, una ayudita especial en tal o cual cosa.

Entonces, la característica principal o la actitud principal de la oración, digamos el “gran como” es presentarnos delante del Señor como sus hijos.
¿Cómo orar? Orar como hijos.

Al entablar una conversación con nuestro Padre Dios iremos viendo en qué nos parecemos a ÉL y en que estamos muy lejos de parecernos. Iremos conociendo las virtudes de nuestro Padre e iremos obteniendo, mediante ese diálogo, el deseo y la capacidad de imitarlo.
La oración irá tomando el verdadero sentido, el que debería ser el único, el que realmente podríamos decir es la definición completa: conversación con Papá Dios.

Y ¡qué gozo produce esta gran verdad! Esta realidad debe invitarnos día a día para propiciar este encuentro con Dios, debe animarnos a orar cada día más, y debe colmar nuestro interior de nuevas luces y de deseos de acrecentar la comunión con nuestro Padre celestial, que usa esta forma para demostrarnos su amor y solicitud con sus hijos. Nos escucha, nos habla, pero lo más importante, nos espera.

Ahora bien, ya hemos descubierto la principal actitud con la cual debemos presentarnos delante de Dios. Propiamente como hijos, porque eso es lo que somos desde el día de nuestro bautismo, donde nacemos para Dios y somos capacitados por la Fe, la Esperanza y la Caridad, para creer, esperar y amar a Dios. Somos llenos del Espíritu Santo, que nos instruye en los pasos, nos recuerda las enseñanzas de Cristo, y viene en nuestro auxilio para que sepamos orar como nos conviene. Somos participados de los dones más preciados de Nuestro Señor y Hermano Jesucristo, como Profetas, Sacerdotes y Reyes. Y nuestro corazón queda totalmente limpio del pecado original que nos heredaron nuestros padres primeros y que Dios, por su gran amor y bondad, cumple con su plan de salvación haciéndonos nuevas criaturas. Todo esto sucede el día de nuestro bautismo, y lo expreso en este apartado para que tomemos conciencia de que sí, verdaderamente ¡Sí! Podemos acercarnos a Dios con la actitud de hijos porque es nuestra mayor dignidad: ser de su familia.

Cuando un hijo se acerca a su Padre no lo hace con miedo, no lo hace con irrespetuosidad, no lo hace para enseñarle sino más bien para aprender, no lo hace para ordenarle sino para consultarle, no lo hace porque si no más, sino que cuando un hijo se acerca a su padre lo hace con la confianza de que encontrará una respuesta positiva de parte de parte de Él a las cuestiones que le presentará, sean del índole que sean.

Por esto, la segunda actitud y fecunda actitud para presentarnos delante de Dios es la Confianza.

¿Cómo orar? Orar confiados, orar con confianza.
Debemos dejar de lado nuestras tonteras humanas al acercarnos a Dios, no es necesario armarnos un personaje para ir a la oración, ni siquiera es necesario un trato de lo más elevado para el uso de las palabras. Esto no significa ser irrespetuosos o no darle el lugar que Dios ocupa, al contrario, el trato de hijos a Padre debe ser respetuoso y cariñoso, respetuoso y amistoso, respetuoso y sencillo. Nadie que se acerque confiado a alguien será irrespetuoso. Al contrario, siempre encontrará las mejores palabras para expresarse, esas palabras que surgen precisamente de la confianza que se deposita en el otro.
Cuando uno se acerca a alguien con confianza le abre su corazón, le cuenta sus cosas con la tranquilidad de que el otro va a entender, que el otro va a saber ponerse en su lugar, que el otro al escucharlo lo va a conocer mejor y en consecuencia le podrá dar luz, le podrá aconsejar. Cuando se usa la confianza en la comunicación el mensaje llega directo, correcto, simple y deja lugar a que la otra persona pueda expresarse también.
Por ejemplo, no es lo mismo entablar una conversación con un desconocido que detenerse a conversar con un amigo. Cuando vamos a un supermercado nosotros mismos nos servimos lo que vamos a buscar, llegamos a la caja, hacemos la fila, saludamos al cajero pero ni siquiera sabemos su nombre, abonamos y nos vamos. Cuando vamos al kiosco cerca de casa, saludamos al vecino, charlamos un ratito, le pedimos lo que necesitamos, abonamos y mientras tanto vamos hablando de una y de otra cosa, el trato es más familiar, más fluido, incluso hasta nos animamos a pedir que nos den crédito si no contamos con dinero en ese momento. Así mismo, salvando las distancias, es el trato de confianza que debemos tener con el Señor. Ir a su encuentro, expresar nuestra necesidad, dejar que Él nos atienda y nos brinde lo que tiene para darnos.

La confianza hace que la expresión sea completa, que no andemos con medios mensajes, sino que nos ayuda a darnos por completo y a decir lo que realmente siente nuestro corazón.
La confianza nos abre la puerta para recibir. Y nos dispone para lo mismo.

Cuando confiamos se nos hace fácil expresarnos. Cuando confiamos no tememos. Cuando confiamos no nos detenemos a pensar si el otro me va a entender o no, sino que tenemos la certeza de que seremos escuchados, comprendidos, atendidos e incluso aconsejado.

La oración, entonces, tiene que ser confiada. Debemos usar la confianza con nuestro Papá, que ciertamente, quiere  lo mejor para sus hijos y así actúa en consecuencia.

Y mucho más, si vamos al encuentro con el Señor y nos presentamos tal cual somos, porque confiamos, creceremos con facilidad. Porque no estaremos a la defensiva ni tratando de ocultar cosas, sino que estaremos con un sentimiento profundo de libertad, que hará que veamos lo que somos delante de Dios, y Dios premiará nuestra confianza y nuestra sinceridad, dándonos la gracia de la conversión día a día.

También una oración confiada hará fecunda la respuesta. Mejor dicho, siempre encontrará respuesta, ya que depositando la confianza en Dios estaremos expectantes de lo que EL hará y eso nos mantendrá activos para ver las maravillas, no solo las grandezas, sino hasta lo más pequeño que suceda a nuestro alrededor. Se nos hará más fácil reconocer que todo viene de Dios, por el simple hecho de que hemos puesto la confianza en ÉL.

La confianza nos hace sencillos, nos hace simples. Cuando confiamos no andamos enloquecidos en la búsqueda de palabras o expresiones para que nos entiendan, sino que nos expresamos así como sale, con nuestra forma de hablar, con nuestro lenguaje.

Otra de las actitudes, que se van encadenando, es la sencillez, la simplicidad.

¿Cómo orar? Orar con sencillez. Siendo muy simples.
No es por las muchas palabras que se digan en la oración que seremos comprendidos, sino que es por la simplicidad del mensaje, lo preciso del mensaje, lo objetivo del mensaje. La expresión clara es lo que hace simple la oración.
No debemos dar muchas vueltas para decirle a Dios lo que queremos, o para pedirle lo que necesitamos, o para contarle nuestras cosas.
El Señor sabe todo, por eso, no es necesario ocupar mucho tiempo o estar esperando a ver como le digo esto o aquello.

Cuanto más simple sea nuestra oración más fecunda será la respuesta. Si nos presentamos delante del Señor, para encontrarnos con Él, entonces que no se desvirtúe el propósito: encontrarnos con EL.
El encuentro comienza cuando vos y yo coincidimos en algún lugar, cuando las dos personas llegan al lugar citado, cuando acudo al llamado de alguien que me está esperando. En el momento en el cual coincidimos unos con otros, eso se denomina encuentro. Por lo tanto, en la oración, el momento del encuentro con Dios es cuando coincidimos con EL, cuando nos tomamos el tiempo y vamos, nos retiramos a nuestra habitación, y estamos con Dios, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Planteando esto, la oración se hace sencilla, porque las palabras sobran. Es por esto que digo que la sencillez es actitud de la oración, es la actitud de los hijos que van al encuentro de su Padre, es la actitud de los confiados. Porque no hacen falta protocolos con el Señor, lo que hace falta es un corazón sencillo que tome conciencia de que Dios es su padre y que lo mejor que puede hacer es confiar en EL.

Así como somos, así nos conoce el Señor. Dios conoce hasta lo más íntimo de nosotros, nos conoce mejor que a nosotros mismos, entonces no tenemos que presentarle un curriculum de vida sino que tenemos que presentarnos nosotros mismos, como somos, lo que queremos, lo que esperamos, lo que necesitamos, lo que anhelamos, lo que nos hace felices y lo que nos entristece, todo. Absolutamente todo.

Deberíamos ahondar en esta actitud frente a Dios, ya que no solo es una actitud para la oración, sino que la oración nos irá haciendo cada día más sencillos, más simples. De este trato de amistad con Dios, de esta pequeñez, iremos aprendiendo que en la vida, en cada cosa, en cada circunstancia o situación, con la sencillez iremos solucionando todo y todo será más fácil. Sin andar retorcidos buscando soluciones veremos que la sencillez todo lo alcanza más rápido y sin tantos esfuerzos.

Una oración sencilla es a la medida de Dios. EL nos muestra que siendo tan Grande se hace pequeño, siendo el Dueño del tiempo se hace presente en un momento determinado por nosotros para encontrarse, simplemente para encontrarse con sus hijos.
Otra cualidad importante, que va unida a la sencillez, es la humildad.
¿Cómo orar? Orar con humildad.
La humildad va de la mano de la sencillez. Solo puede ser sencillo quien es humilde. Y solo puede ser humilde quien es sencillo.
Aquel que puede ver la grandeza de Dios y su propia pequeñez, es una persona humilde.

Humildad, precisamente es eso, reconocer la grandeza de Dios. Ubicarnos en nuestra condición de criatura, criaturas con una dignisima condición que es ser hijos de Dios. Una oración humilde mueve el corazón de Dios.


Desde el punto de vista virtuoso, la humildad, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, quien se siente auto-suficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia.

Imaginemos una persona que se acerca a la oración y trata con Dios como de igual a igual, como que Dios tiene que hacer lo que ella quiere o como ella dice, o porque a ella le parece. En cambio, la humildad expone en la oración y espera confiadamente en el Señor. No le impone sino que le propone, no desafía sino que confía, no hace trueques sino que ofrece, no espera más de lo que considera oportuno y reconoce que lo oportuno es lo que Dios decida, en su tiempo.
Una oración humilde reconoce que todo viene de Dios y que todo le pertenece a Dios. Sabe feacientemente que Dios es Dios y que frente a EL solo quedan palabras de gratitud, de amor, de enamoramiento. El humilde no pretende que Dios haga cosas, más bien deja todo en las manos de Dios para que sea EL quien decida lo mejor.

La humildad es la virtud de los hijos que se acercan a su Padre, confiados y sencillos, a mantener por un tiempo determinado una charla profunda, abierta, espontánea y desde el corazón. Y obtienen en respuesta los consejos, los cuales aceptan para la vida y día a día intentan cumplir con la voluntad del Padre.


Esto es simplemente orar, esta es la manera más simple de hacerlo y esta es la gran necesidad de todo ser humano. Recordemos a San Agustín en su frase tan conocida: “Nuestro corazón fue hecho para Dios y no descansa hasta que no lo hace en EL”. Y la oración es el descanso, es el reposo de nuestra alma en el amor del Padre. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

¿QUÉ ES ORAR? Extracto de mi Libro "VIGILEN Y OREN" (Ivana Garramone)

¿QUÉ ES ORAR?

Es una muy buena pregunta para hacernos a diario, y cada día iremos encontrando nuevas respuestas, porque al cuestionarnos iremos viendo que la mejor forma de saber, de aprender sobre la oración es simplemente experimentándola.

Hay muchas definiciones, o mejor dicho, muchas formas distintas de definir la oración pero comprometidas con la misma esencia y enseñanza, distintas palabras pero la misma verdad, por lo tanto, la definición muchas veces también dependerá de la experiencia que cada uno tenga de la oración.

Según el diccionario, la palabra oración proviene del  latín: oratio. El concepto de oración tiene diversos usos. En la gramática, este término se refiere a la palabra o al conjunto de palabras con autonomía sintáctica. Esto quiere decir que se trata de una unidad de sentido que expresa una coherencia gramatical completa. La oración es el constituyente sintáctico más pequeño posible que puede expresar una proposición lógica.
¿Complicado? Para nada. Simplemente oración según esta definición nos dice que son palabras que se usan para expresar algo y que no determina a la oración las pocas o muchas palabras utilizadas. Nos dice la definición que una sola palabra puede ser una oración, así como un conjunto de palabras también pueden serlo.
Nos dice también: En otro sentido, una oración es una súplica, un ruego o una alabanza que se hace a Dios o a los santos. La oración puede formar parte de un rito de la religión, como en el caso de la Misa.
Podemos comenzar a vislumbrar que la oración es algo que se dice, es una expresión, es una o muchas palabras que salen de nuestro ser para comunicar algo, y que puede ser que alguien lo exprese solo o puede ser también que lo haga entre muchos, como parte de un rito o de un compartir.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2564, nos dice : “La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”.

Cuando empezamos a ahondar en el concepto que a nosotros nos interesa nos vamos dando cuenta de que la oración no es un simple concepto gramatical, sino que va más allá de una simple definición, nos compromete la vida. Y el compromiso es tal que no solo es expresar palabras, decir palabras, sino que marca una Alianza, un pacto, un deber, una responsabilidad, una tarea necesaria entre nosotros y Dios. Por lo que podemos, entonces, ir dejando en claro que la oración verdaderamente importante es la que está dirigida a Dios, la que se usa para comunicarse con Dios, la que responde a Dios, la que le da participación a Dios. La oración es la palabra o el cúmulo de palabras que está orientada a Dios, buscando intensamente entablar un diálogo con Él, y de corazón a corazón.

Y los santos, nuestros hermanos que nos han dejado mucha enseñanza con sus vidas, también pueden ayudarnos a ver con claridad lo que ellos experimentaron de la oración y que los llevó a poder dar una definición:

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús )

“La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno )

“La oración es tratar a solas con quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa de Ávila)

“La oración es una escucha en profundo silencio de lo que habla Dios, el Señor” (San Juan de la cruz)

“Mi secreto es de lo más simple. Rezo y a través de mi oración me convierto en alguien que ama a Cristo, y veo que rezarle es amarlo y eso significa cumplir con su palabra” (Madre Teresa de Calcuta)

Y así, muchas definiciones, salidas de las más preciosas experiencias, que ahora nos ayudan a nosotros a identificarnos con esta realidad, que por nada del mundo debería estar ausente o relegada en nuestra vida.

Orar es, por lo tanto, el uso de palabras para comunicarnos con Dios. Entrar en contacto con Él. Dialogar. Expresarnos en su presencia. Tratar de amistad, es decir, hablar con Dios como con un amigo. Hablar con Dios como con una persona que está cerca, que me escucha, que me presta toda su atención, que me entiende y comprende muy bien lo que le estoy diciendo. Orar es entablar una buena relación con Dios, es cumplir con el compromiso de que Dios sea alguien en mi vida, de hacerlo cercano, de dejarlo que me conozca y eso se da en una charla cotidiana y tendida, en un buen rato de compartir.

La oración, bien podemos decir y sin temor al error, es el oxigeno de nuestra alma. Nuestro interior está habitado por Dios y ese estar del Señor en nosotros exige atención, entonces la oración viene en nuestro auxilio para que ese don tan precioso que tenemos dentro nuestro empiece a tener sentido, para que empecemos a tomar conciencia, para que disfrutemos de esa vida celestial que llevamos dentro, para que no andemos buscando perdidamente afuera lo que tan pronto podemos encontrar adentro.

Orar no es perder tiempo, orar es ganarlo. Detenerse a charlar con Dios es lo mejor que podemos hacer, es la manera más propia de cuidar nuestra alma, es la forma mas precisa de crecer para la gloria de Dios, es la manera mas rápida para sanar heridas espirituales, es la forma más acertada de conocer la voluntad de Dios. La oración es el Templo del encuentro, y todos, necesariamente todos, debemos ir a ese lugar a abrazar a Dios y a dejarnos abrazar con Él.

Jesús, en Mateo 6, 6 nos dice: “Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Nos habla de retirarnos a nuestra habitación, y tal vez muchos podemos decir “pero yo no tengo una habitación propia” “yo no tengo mi espacio personal”; pero acá podemos ver que la invitación de Dios no es solamente a un espacio apartado, sino que habla de orar en “tu habitación” y ese lugar sí es tu espacio, es de tu propiedad, es tuyo y solo tuyo. Ese lugar es especialmente personal, porque ese lugar es allí, precisamente allí donde habita Él, el templo de su Espíritu, tu ser, tu corazón. Allí es donde Dios nos invita a orar, en nuestro interior, ir al encuentro de Él. Allí donde personalmente cada uno puede tener esa charla con Dios sin que nadie interrumpa, sin que nadie se meta, sin que nadie diga como o cuando. Esa intimidad con Dios la podemos y la debemos tener todos y cada día de nuestra vida, porque es allí donde Dios nos espera para hablar.    

La oración no es un montón de palabras que salen de nosotros dirigidas al viento o a la lluvia, no es un poema de enamorados que andan llorando por su amado que no saben donde está, lo bueno de la oración es que va dirigida específicamente a Dios y es EL quien nos escucha y es EL quien nos responde.
Ojalá pudiéramos tomar conciencia de que, pobres criaturas como nosotros, podemos entablar un diálogo con una persona tan Grande, Infinita, Eterna, Poderosa y todos los demás atributos de Dios. Y ojalá también, pudiéramos darnos cuenta que muchas veces nos desvivimos por poder tener una comunicación con alguien que de repente, como humano, puede hacer algo por nosotros, y descuidamos a Aquel que en realidad no solo puede hacer algo por nosotros sino que puede HACERLO TODO.


En resumen, orar es hablar con Dios, dialogar con El, entablar una comunicación que nos hace bien, que nos impulsa, nos libera, nos sana y nos hace crecer. Orar es ir al encuentro de Dios, conocerlo, saber de sus pensamientos y descubrir los planes que tiene para nuestra vida. Es disfrutar de saber que el que nos escucha no es uno como nosotros sino que es el Señor.