UN VERDADERO PASTOR EN EL REBAÑO DE DIOS
Para servir a Dios y a los hermanos en la Iglesia, en los grupos, o en cualquier ministerio que se nos convoque, siempre debemos y necesitamos tener en cuenta para lo que fuimos llamados y por quien hemos sido llamados. A esto se le llama fundamento o cimiento del servicio, madurez en la respuesta, y fecundidad para la gloria de Dios.
La Iglesia es jerárquica y así la instituyó Jesús, así Dios la quiere y así Dios la ordena. Y cada uno de los roles jerárquicos existen en la Iglesia para mostrar el camino, para ayudar a los hermanos, para mantenernos organizados y para ejercer la autoridad y manifestar la obediencia. Y gracias a que somos una Iglesia jerárquica tenemos unidad de criterios, una misma fe, un solo Bautismo y un mismo Dios y Padre, y contamos con la certeza de ir por el buen camino bajo las directivas y enseñanzas, que la Iglesia Madre, nos brinda.
En otro grado y sin jerarquía institucional, como la expresada anteriormente y compuesta por el Santo Padre, Obispos, Sacerdotes, y diáconos, también el Señor va formando comunidades, para que cada uno pueda vivir a lo que EL mismo lo convoca, según un carisma de fundación. Por eso lo Iglesia es comunidad de comunidades.
Y en esas comunidades también pide un orden, lo hace de manera organizada para que se mantenga la comunión, la autoridad desde EL y la obediencia. Este orden permite que todos caminemos por el mismo camino y la posibilidad de desviarse sea casi nula, por eso Dios, en su preciosa e infinita inteligencia, siempre ha querido comunidades ordenadas bajo una autoridad.
Y, como Dios nunca deja de obrar y le gusta mantener a sus hijos en un orden nacido de su corazón, dentro de las comunidades también elige y regala el don del pastoreo, poniendo al frente de grupos, a un hermano dedicado a cuidar a sus hermanos. Y el fundamento del pastoreo es este: Dios sabe que los seres humanos necesitamos un guía, sabe que a veces solos no sabemos discernir, por lo tanto, elige a uno para que mantenga la unidad y el camino correcto.
Dios elige un pastor porque así lo quiere, no es por un buen o perfecto curriculum que un pastor llega a su cargo, sino que es porque Dios es amor y con ese amor cuida a todos y cada uno.
Por eso, el pastor, antes de ponerse a pensar que fue elegido porque es el dueño de todas las virtudes, ha de ponerse a pensar que la gratuidad, el amor infinito y la sabiduría de Dios, lo ha considerado digno de servirlo en su presencia.
La elección que Dios hace es porque Dios quiere, Dios no elige porque se lo soborne o porque ha visto tantas cosas buenas en una persona que le dan pautas de elección, Dios elige para cumplir una misión, a cualquiera, porque ama. Lo que si es real, muy verdadero y digno de confianza, es que Dios capacita a quien elige. Lo capacita y lo prepara con su unción para que pueda cumplir con lo que EL le pide.
Entonces, al ser elegidos para pastorear siempre ha de tenerse en cuenta que Dios me ha dado ese rol, que no es por merecimiento, sino por elección de Dios. Y cuando nuestros motivos son los correctos, este trabajo produce dividendos eternos.
Pero en muchas culturas de hoy, donde el pastoreo cristiano conduce al prestigio y privilegio, la gente aspira al liderazgo por razones totalmente indignas y egoístas. Muchas veces el rol del pastor se resume a sanar heridas de autoestima baja, de complejos de inferioridad, que van degradando el servicio y dando una imagen errónea de lo que en realidad Dios pretende al poner a un hijo suyo al frente de los demás. No es un lugar donde buscar aplausos o servilismo, al contrario, el lugar del pastor es donde brindar aplausos a sus hermanos cuando empiezan a caminar con seguridad ayudados por él y donde el servicio mayor que puede brindar es el amor acompañado de la paciencia para entenderlos y ayudarlos.
El deseo de ser grande no es malo, la motivación es lo que determina el carácter de la ambición. Todos los cristianos somos llamados a desarrollar talentos que Dios nos ha dado, a sacar el máximo provecho de nuestras vidas, a desarrollar al máximo las capacidades que Dios nos ha dado. Pero Jesús enseñó que la ambición que se centra en el ego es mala.
La ambición del pastor debe ser “servir en perfección”, crecer a la medida de Dios, vivir en santidad, acrecentar los dones y carismas que Dios le regala. La ambición del pastor es y debe ser siempre hacer la voluntad de Dios.
El pastor no puede centrarse en él mismo, si así lo hace llevará a sus hermanos a un seguimiento humano, logrará que lo sigan ¡Si! Pero a él, no a Dios. Y el pastor está en su rol para que los demás puedan seguir a Dios en sus planes amorosos.
Te invito a dedicarle tiempo a la lectura espiritual, es de gran provecho para el alma... ¡ANIMATE A LEER!
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sábado, 22 de noviembre de 2014
¿PARA QUÉ ORAR? Extracto de mi Libro "OREN Y VIGILEN" Ivana Garramone
¿PARA QUÉ ORAR?
Imperativamente necesaria para la vida es la oración. Es un
ejercicio urgente a ser practicado para mantener vivo el espíritu, atenta el
alma y fuerte el cuerpo.
Quien ora bien vive bien, más quien dedica tiempo a la oración cuenta
con un tiempo extra de vida plena, ya que el encuentro con Dios nos suministra
una experiencia de su Ser, de su amor y de sus Gracias derramadas en ese
momento y a lo largo de nuestra vida.
La oración es una necesidad del alma tanto como el oxígeno lo es
para vivir humanamente. Podemos decir que la oxigenación de nuestro interior se
llama oración y que el proceso que conlleva esa oxigenación es el tiempo que le
dedicamos a estar con Dios.
Es imperioso que tomemos conciencia de que la oración debe ser
parte importante en nuestra vida, no podemos vivir si no oramos, mejor dicho,
no podemos vivir la voluntad de Dios si no oramos. En la oración encontramos
las respuestas a los interrogantes de nuestra cotidianidad, y encontramos la
razón de nuestros cambios y crecimientos para la vida de Dios.
Quien no ora difícilmente podrá tener una verdadera conversión.
Motivo esencial del porque debemos orar es la conversión. El
cambio de actitudes, de formas, el cambio de ser y de ver las cosas, el cambio
radical de vida se genera a partir del encuentro con Dios. Todos tenemos un
momento de la vida que ha marcado un antes y un después, y ese alto fue el
momento preciso donde Dios comienza a revelarse, a darse a conocer y tenemos
nuestro encuentro personal. Este encuentro pudo haber sido un retiro
espiritual, una catequesis, una enfermedad, una situación difícil de
sobrellevar, una persona que nos habló. Son muchas las formas en las que Dios
propicia un encuentro con nosotros y hace que nuestra vida cambie para su
gloria.
La oración hace, entonces, que cada día nosotros propiciemos ese
nuevo encuentro con EL, para que nos siga cambiando, alimentando y haciéndonos
ver lo lindo de su vida incorporada en nosotros. El primer encuentro lo
propicia el Señor, los demás dependen de nuestra necesidad de estar con EL y
buscar las formas de mantenernos en una oración continua y en un espacio de
oración diario.
Es necesario orar para que la voluntad de Dios se revele en
nosotros, para saber discernir lo que Dios quiere, para poder tomar buenas
decisiones, para que nuestra vida encuentre el rumbo, para que los planes y
promesas de Dios se cumplan.
Pero si no nos detenemos, si no vamos a la fuente, si no oramos
será muy complicado saber discernir y actuar en consecuencia.
Muchas veces hemos dicho y también hemos escuchado “no se lo que
Dios quiere de mi”. Esa pregunta seguirá sin respuesta hasta que nosotros
tomemos el hábito de orar, de hablar con Dios, de ir preguntándole lo que
espera, lo que quiere y pidiéndole las capacidades para responder.
No podemos amar lo que no conocemos, no podemos vivir lo que no
sabemos, no podemos responder si no nos sentimos llamados, es decir, nadie
puede hacer nada si no sabe. Ir al encuentro con Dios en la oración es una
forma de disipar la ignorancia y recibir luz.
Orar es necesario para poder confrontar nuestra vida con la vida
de Dios, es la única forma donde podemos estar cara a cara con el Señor, con
nuestro yo al descubierto, y dejarnos moldear por EL, dejarlo que restaure su
imagen y semejanza en nosotros. Cada momento de oración es como entrar a un Spa
espiritual, donde el Señor te renueva, saca las impurezas y te deja preparado
para una nueva jornada en su presencia.
La oración nos deja al descubierto delante del Señor, pero no de
una manera acusadora, sino de la mejor forma, de la manera constructiva, de la
manera que nos hace crecer, de la manera que nos da la oportunidad de ser cada
día mejores y de una manera especial de vigilancia.
La oración nos ayuda a estar vigilantes con nuestro interior, nos
ayuda a ejercer esa delicadeza de conciencia porque nos vamos dando cuenta que
al estar delante del Señor, junto al Señor, encontrándonos con nuestro Papá, no
podemos negar lo que somos, lo que nos falta y lo que deseamos, por lo que
nuestra conciencia se va formando día a día, momento a momento en su presencia.
Y es la mejor formación, porque la enseña Dios mismo.
martes, 18 de noviembre de 2014
¿CÓMO ORAR? Extracto de mi libro "OREN Y VIGILEN" (Ivana Garramone)
¿CÓMO ORAR?
En un principio podemos decir que el ¿Cómo? En
la oración no es cuestión de posturas o rituales que acompañen el espacio de
oración, sino más bien, la actitud interior para presentarnos delante de Dios,
para disfrutar del encuentro con EL.
¿Cómo presentarme al Señor? ¿Cómo iniciar un
diálogo con EL? ¿Cómo decirle lo que hay en mi corazón? ¿Cómo hacerme entender?
Son preguntas que pueden surgir de nuestra
expectativa, de nuestra disposición a la oración. Podemos hacernos muchas
otras, o tal vez, ni siquiera se nos ocurra hacernos preguntas. De todos modos,
está bien que tengamos este tipo de cuestionamientos, ya que nos ayuda a crecer
y a tomar una verdadera actitud orante día a día.
Cada uno de nosotros tenemos el precioso
privilegio de poder entablar una relación de amistad con nuestro Señor, cada
uno de nosotros podemos llegar a EL porque hay un motivo muy especial que nos
acerca y ese motivo es la Filiación divina, es decir y en palabras más simples,
el ser Hijos de Dios. Entonces nuestro acercamiento a ÉL ya cobra un nuevo
sentido, ya tiene un grado más que una amistad, ya es una experiencia de padre
a Hijo y de Hijo a Padre.
Al descubrir tal magnitud, al descubrir
semejante dignidad, obviamente, el corazón humano se ensancha en la presencia
de Dios y cada día va tomando una nueva forma, la oración ya no es un
comunicado o dialogo, sino que es una conversación familiar. Somos familia con
Dios, somos sus hijos. Y como hijos nos acercamos a recibir sus consejos, a
preguntarle que es lo que espera de nosotros, y a pedirle, como cualquier hijo,
una ayudita especial en tal o cual cosa.
Entonces, la característica principal o la
actitud principal de la oración, digamos el “gran como” es presentarnos delante
del Señor como sus hijos.
¿Cómo orar? Orar como hijos.
Al entablar una conversación con nuestro Padre
Dios iremos viendo en qué nos parecemos a ÉL y en que estamos muy lejos de
parecernos. Iremos conociendo las virtudes de nuestro Padre e iremos
obteniendo, mediante ese diálogo, el deseo y la capacidad de imitarlo.
La oración irá tomando el verdadero sentido, el
que debería ser el único, el que realmente podríamos decir es la definición
completa: conversación con Papá Dios.
Y ¡qué gozo produce esta gran verdad! Esta
realidad debe invitarnos día a día para propiciar este encuentro con Dios, debe
animarnos a orar cada día más, y debe colmar nuestro interior de nuevas luces y
de deseos de acrecentar la comunión con nuestro Padre celestial, que usa esta
forma para demostrarnos su amor y solicitud con sus hijos. Nos escucha, nos
habla, pero lo más importante, nos espera.
Ahora bien, ya hemos descubierto la principal
actitud con la cual debemos presentarnos delante de Dios. Propiamente como
hijos, porque eso es lo que somos desde el día de nuestro bautismo, donde
nacemos para Dios y somos capacitados por la Fe, la Esperanza y la Caridad,
para creer, esperar y amar a Dios. Somos llenos del Espíritu Santo, que nos
instruye en los pasos, nos recuerda las enseñanzas de Cristo, y viene en
nuestro auxilio para que sepamos orar como nos conviene. Somos participados de
los dones más preciados de Nuestro Señor y Hermano Jesucristo, como Profetas,
Sacerdotes y Reyes. Y nuestro corazón queda totalmente limpio del pecado
original que nos heredaron nuestros padres primeros y que Dios, por su gran
amor y bondad, cumple con su plan de salvación haciéndonos nuevas criaturas. Todo
esto sucede el día de nuestro bautismo, y lo expreso en este apartado para que
tomemos conciencia de que sí, verdaderamente ¡Sí! Podemos acercarnos a Dios con
la actitud de hijos porque es nuestra mayor dignidad: ser de su familia.
Cuando un hijo se acerca a su Padre no lo hace
con miedo, no lo hace con irrespetuosidad, no lo hace para enseñarle sino más
bien para aprender, no lo hace para ordenarle sino para consultarle, no lo hace
porque si no más, sino que cuando un hijo se acerca a su padre lo hace con la
confianza de que encontrará una respuesta positiva de parte de parte de Él a
las cuestiones que le presentará, sean del índole que sean.
Por esto, la segunda actitud y fecunda actitud
para presentarnos delante de Dios es la Confianza.
¿Cómo orar? Orar confiados, orar con confianza.
Debemos dejar de lado nuestras tonteras humanas
al acercarnos a Dios, no es necesario armarnos un personaje para ir a la
oración, ni siquiera es necesario un trato de lo más elevado para el uso de las
palabras. Esto no significa ser irrespetuosos o no darle el lugar que Dios
ocupa, al contrario, el trato de hijos a Padre debe ser respetuoso y cariñoso,
respetuoso y amistoso, respetuoso y sencillo. Nadie que se acerque confiado a
alguien será irrespetuoso. Al contrario, siempre encontrará las mejores
palabras para expresarse, esas palabras que surgen precisamente de la confianza
que se deposita en el otro.
Cuando uno se acerca a alguien con confianza le
abre su corazón, le cuenta sus cosas con la tranquilidad de que el otro va a
entender, que el otro va a saber ponerse en su lugar, que el otro al escucharlo
lo va a conocer mejor y en consecuencia le podrá dar luz, le podrá aconsejar.
Cuando se usa la confianza en la comunicación el mensaje llega directo,
correcto, simple y deja lugar a que la otra persona pueda expresarse también.
Por ejemplo, no es lo mismo entablar una
conversación con un desconocido que detenerse a conversar con un amigo. Cuando
vamos a un supermercado nosotros mismos nos servimos lo que vamos a buscar, llegamos
a la caja, hacemos la fila, saludamos al cajero pero ni siquiera sabemos su
nombre, abonamos y nos vamos. Cuando vamos al kiosco cerca de casa, saludamos
al vecino, charlamos un ratito, le pedimos lo que necesitamos, abonamos y
mientras tanto vamos hablando de una y de otra cosa, el trato es más familiar,
más fluido, incluso hasta nos animamos a pedir que nos den crédito si no
contamos con dinero en ese momento. Así mismo, salvando las distancias, es el
trato de confianza que debemos tener con el Señor. Ir a su encuentro, expresar
nuestra necesidad, dejar que Él nos atienda y nos brinde lo que tiene para
darnos.
La confianza hace que la expresión sea completa,
que no andemos con medios mensajes, sino que nos ayuda a darnos por completo y
a decir lo que realmente siente nuestro corazón.
La confianza nos abre la puerta para recibir. Y
nos dispone para lo mismo.
Cuando confiamos se nos hace fácil expresarnos.
Cuando confiamos no tememos. Cuando confiamos no nos detenemos a pensar si el
otro me va a entender o no, sino que tenemos la certeza de que seremos
escuchados, comprendidos, atendidos e incluso aconsejado.
La oración, entonces, tiene que ser confiada.
Debemos usar la confianza con nuestro Papá, que ciertamente, quiere lo mejor para sus hijos y así actúa en
consecuencia.
Y mucho más, si vamos al encuentro con el Señor
y nos presentamos tal cual somos, porque confiamos, creceremos con facilidad.
Porque no estaremos a la defensiva ni tratando de ocultar cosas, sino que
estaremos con un sentimiento profundo de libertad, que hará que veamos lo que
somos delante de Dios, y Dios premiará nuestra confianza y nuestra sinceridad,
dándonos la gracia de la conversión día a día.
También una oración confiada hará fecunda la
respuesta. Mejor dicho, siempre encontrará respuesta, ya que depositando la
confianza en Dios estaremos expectantes de lo que EL hará y eso nos mantendrá
activos para ver las maravillas, no solo las grandezas, sino hasta lo más
pequeño que suceda a nuestro alrededor. Se nos hará más fácil reconocer que
todo viene de Dios, por el simple hecho de que hemos puesto la confianza en ÉL.
La confianza nos hace sencillos, nos hace
simples. Cuando confiamos no andamos enloquecidos en la búsqueda de palabras o
expresiones para que nos entiendan, sino que nos expresamos así como sale, con
nuestra forma de hablar, con nuestro lenguaje.
Otra de las actitudes, que se van encadenando,
es la sencillez, la simplicidad.
¿Cómo orar? Orar con sencillez. Siendo muy
simples.
No es por las muchas palabras que se digan en la
oración que seremos comprendidos, sino que es por la simplicidad del mensaje,
lo preciso del mensaje, lo objetivo del mensaje. La expresión clara es lo que
hace simple la oración.
No debemos dar muchas vueltas para decirle a
Dios lo que queremos, o para pedirle lo que necesitamos, o para contarle
nuestras cosas.
El Señor sabe todo, por eso, no es necesario
ocupar mucho tiempo o estar esperando a ver como le digo esto o aquello.
Cuanto más simple sea nuestra oración más
fecunda será la respuesta. Si nos presentamos delante del Señor, para
encontrarnos con Él, entonces que no se desvirtúe el propósito: encontrarnos
con EL.
El encuentro comienza cuando vos y yo
coincidimos en algún lugar, cuando las dos personas llegan al lugar citado,
cuando acudo al llamado de alguien que me está esperando. En el momento en el
cual coincidimos unos con otros, eso se denomina encuentro. Por lo tanto, en la
oración, el momento del encuentro con Dios es cuando coincidimos con EL, cuando
nos tomamos el tiempo y vamos, nos retiramos a nuestra habitación, y estamos
con Dios, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Planteando esto, la oración se
hace sencilla, porque las palabras sobran. Es por esto que digo que la
sencillez es actitud de la oración, es la actitud de los hijos que van al
encuentro de su Padre, es la actitud de los confiados. Porque no hacen falta
protocolos con el Señor, lo que hace falta es un corazón sencillo que tome
conciencia de que Dios es su padre y que lo mejor que puede hacer es confiar en
EL.
Así como somos, así nos conoce el Señor. Dios
conoce hasta lo más íntimo de nosotros, nos conoce mejor que a nosotros mismos,
entonces no tenemos que presentarle un curriculum de vida sino que tenemos que
presentarnos nosotros mismos, como somos, lo que queremos, lo que esperamos, lo
que necesitamos, lo que anhelamos, lo que nos hace felices y lo que nos
entristece, todo. Absolutamente todo.
Deberíamos ahondar en esta actitud frente a
Dios, ya que no solo es una actitud para la oración, sino que la oración nos
irá haciendo cada día más sencillos, más simples. De este trato de amistad con
Dios, de esta pequeñez, iremos aprendiendo que en la vida, en cada cosa, en
cada circunstancia o situación, con la sencillez iremos solucionando todo y
todo será más fácil. Sin andar retorcidos buscando soluciones veremos que la
sencillez todo lo alcanza más rápido y sin tantos esfuerzos.
Una oración sencilla es a la medida de Dios. EL
nos muestra que siendo tan Grande se hace pequeño, siendo el Dueño del tiempo
se hace presente en un momento determinado por nosotros para encontrarse,
simplemente para encontrarse con sus hijos.
Otra cualidad importante, que va unida a la
sencillez, es la humildad.
¿Cómo orar? Orar con humildad.
La humildad va de la mano de la sencillez. Solo puede
ser sencillo quien es humilde. Y solo puede ser humilde quien es sencillo.
Aquel que puede ver la grandeza de Dios y su
propia pequeñez, es una persona humilde.
Humildad, precisamente es eso, reconocer la
grandeza de Dios. Ubicarnos en nuestra condición de criatura, criaturas con una
dignisima condición que es ser hijos de Dios. Una oración humilde mueve el
corazón de Dios.
Desde el punto de vista virtuoso, la humildad, consiste en
aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por
ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona
humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona
soberbia, quien se siente auto-suficiente y generalmente
hace las cosas por conveniencia.
Imaginemos una persona que se acerca a la oración y trata con Dios
como de igual a igual, como que Dios tiene que hacer lo que ella quiere o como
ella dice, o porque a ella le parece. En cambio, la humildad expone en la
oración y espera confiadamente en el Señor. No le impone sino que le propone,
no desafía sino que confía, no hace trueques sino que ofrece, no espera más de
lo que considera oportuno y reconoce que lo oportuno es lo que Dios decida, en
su tiempo.
Una oración humilde reconoce que todo viene de Dios y que todo le
pertenece a Dios. Sabe feacientemente que Dios es Dios y que frente a EL solo
quedan palabras de gratitud, de amor, de enamoramiento. El humilde no pretende
que Dios haga cosas, más bien deja todo en las manos de Dios para que sea EL
quien decida lo mejor.
La humildad es la virtud de los hijos que se acercan a su Padre,
confiados y sencillos, a mantener por un tiempo determinado una charla
profunda, abierta, espontánea y desde el corazón. Y obtienen en respuesta los
consejos, los cuales aceptan para la vida y día a día intentan cumplir con la
voluntad del Padre.
Esto es simplemente orar, esta es la manera más simple de hacerlo
y esta es la gran necesidad de todo ser humano. Recordemos a San Agustín en su
frase tan conocida: “Nuestro corazón fue hecho para Dios y no descansa hasta
que no lo hace en EL”. Y la oración es el descanso, es el reposo de nuestra
alma en el amor del Padre.
lunes, 17 de noviembre de 2014
¿QUÉ ES ORAR? Extracto de mi Libro "VIGILEN Y OREN" (Ivana Garramone)
¿QUÉ ES ORAR?
Es
una muy buena pregunta para hacernos a diario, y cada día iremos encontrando
nuevas respuestas, porque al cuestionarnos iremos viendo que la mejor forma de
saber, de aprender sobre la oración es simplemente experimentándola.
Hay
muchas definiciones, o mejor dicho, muchas formas distintas de definir la
oración pero comprometidas con la misma esencia y enseñanza, distintas
palabras pero la misma verdad, por lo tanto, la definición muchas veces también
dependerá de la experiencia que cada uno tenga de la oración.
Según
el diccionario, la palabra oración proviene del latín: oratio. El
concepto de oración tiene diversos usos. En la gramática, este término se refiere a la palabra o al conjunto de palabras
con autonomía sintáctica. Esto quiere decir que se trata de una unidad
de sentido que expresa una
coherencia gramatical completa. La oración es el constituyente sintáctico más
pequeño posible que
puede expresar una proposición lógica.
¿Complicado?
Para nada. Simplemente oración según esta definición nos dice que son palabras
que se usan para expresar algo y que no determina a la oración las pocas o
muchas palabras utilizadas. Nos dice la definición que una sola palabra puede
ser una oración, así como un conjunto de palabras también pueden serlo.
Nos
dice también: En otro sentido, una oración es una súplica,
un ruego o una alabanza que
se hace a Dios
o a los
santos. La oración puede formar parte de un rito de la religión, como en el caso de la Misa.
Podemos comenzar a vislumbrar que la oración es algo que se dice,
es una expresión, es una o muchas palabras que salen de nuestro ser para
comunicar algo, y que puede ser que alguien lo exprese solo o puede ser también
que lo haga entre muchos, como parte de un rito o de un compartir.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2564, nos dice :
“La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en
Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros,
dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de
Dios hecho hombre”.
Cuando empezamos a ahondar en el concepto que a nosotros nos
interesa nos vamos dando cuenta de que la oración no es un simple concepto
gramatical, sino que va más allá de una simple definición, nos compromete la
vida. Y el compromiso es tal que no solo es expresar palabras, decir palabras,
sino que marca una Alianza, un pacto, un deber, una responsabilidad, una tarea
necesaria entre nosotros y Dios. Por lo que podemos, entonces, ir dejando en
claro que la oración verdaderamente importante es la que está dirigida a Dios,
la que se usa para comunicarse con Dios, la que responde a Dios, la que le da
participación a Dios. La oración es la palabra o el cúmulo de palabras que está
orientada a Dios, buscando intensamente entablar un diálogo con Él, y de
corazón a corazón.
Y los santos, nuestros hermanos que nos han dejado mucha enseñanza
con sus vidas, también pueden ayudarnos a ver con claridad lo que ellos
experimentaron de la oración y que los llevó a poder dar una definición:
“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla
mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde
dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús )
“La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios
de bienes convenientes”(San Juan Damasceno )
“La oración es tratar a
solas con quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa de Ávila)
“La oración es una escucha
en profundo silencio de lo que habla Dios, el Señor” (San Juan de la cruz)
“Mi secreto es de lo más
simple. Rezo y a través de mi oración me convierto en alguien que ama a Cristo,
y veo que rezarle es amarlo y eso significa cumplir con su palabra” (Madre
Teresa de Calcuta)
Y así, muchas definiciones, salidas de las más preciosas
experiencias, que ahora nos ayudan a nosotros a identificarnos con esta
realidad, que por nada del mundo debería estar ausente o relegada en nuestra
vida.
Orar es, por lo tanto, el uso de palabras para comunicarnos
con Dios. Entrar en contacto con Él. Dialogar. Expresarnos en su presencia.
Tratar de amistad, es decir, hablar con Dios como con un amigo. Hablar con Dios
como con una persona que está cerca, que me escucha, que me presta toda su
atención, que me entiende y comprende muy bien lo que le estoy diciendo. Orar
es entablar una buena relación con Dios, es cumplir con el compromiso de que
Dios sea alguien en mi vida, de hacerlo cercano, de dejarlo que me conozca y
eso se da en una charla cotidiana y tendida, en un buen rato de compartir.
La oración, bien podemos decir y sin temor al error, es el
oxigeno de nuestra alma. Nuestro interior está habitado por Dios y ese estar
del Señor en nosotros exige atención, entonces la oración viene en nuestro auxilio
para que ese don tan precioso que tenemos dentro nuestro empiece a tener
sentido, para que empecemos a tomar conciencia, para que disfrutemos de esa
vida celestial que llevamos dentro, para que no andemos buscando perdidamente
afuera lo que tan pronto podemos encontrar adentro.
Orar no es perder tiempo, orar es ganarlo.
Detenerse a charlar con Dios es lo mejor que podemos hacer, es la manera más
propia de cuidar nuestra alma, es la forma mas precisa de crecer para la gloria
de Dios, es la manera mas rápida para sanar heridas espirituales, es la forma
más acertada de conocer la voluntad de Dios. La oración es el Templo del
encuentro, y todos, necesariamente todos, debemos ir a ese lugar a abrazar a
Dios y a dejarnos abrazar con Él.
Jesús, en Mateo 6, 6 nos dice: “Tú, en
cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu
Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará.
Nos habla de retirarnos a nuestra habitación, y
tal vez muchos podemos decir “pero yo no tengo una habitación propia” “yo no
tengo mi espacio personal”; pero acá podemos ver que la invitación de Dios no
es solamente a un espacio apartado, sino que habla de orar en “tu habitación” y
ese lugar sí es tu espacio, es de tu propiedad, es tuyo y solo tuyo. Ese lugar
es especialmente personal, porque ese lugar es allí, precisamente allí donde
habita Él, el templo de su Espíritu, tu ser, tu corazón. Allí es donde Dios nos
invita a orar, en nuestro interior, ir al encuentro de Él. Allí donde personalmente
cada uno puede tener esa charla con Dios sin que nadie interrumpa, sin que
nadie se meta, sin que nadie diga como o cuando. Esa intimidad con Dios la
podemos y la debemos tener todos y cada día de nuestra vida, porque es allí
donde Dios nos espera para hablar.
La oración no es un montón de palabras que salen
de nosotros dirigidas al viento o a la lluvia, no es un poema de enamorados que
andan llorando por su amado que no saben donde está, lo bueno de la oración es
que va dirigida específicamente a Dios y es EL quien nos escucha y es EL quien
nos responde.
Ojalá pudiéramos tomar conciencia de que, pobres
criaturas como nosotros, podemos entablar un diálogo con una persona tan
Grande, Infinita, Eterna, Poderosa y todos los demás atributos de Dios. Y ojalá
también, pudiéramos darnos cuenta que muchas veces nos desvivimos por poder
tener una comunicación con alguien que de repente, como humano, puede hacer
algo por nosotros, y descuidamos a Aquel que en realidad no solo puede hacer
algo por nosotros sino que puede HACERLO TODO.
En resumen, orar es hablar con Dios, dialogar
con El, entablar una comunicación que nos hace bien, que nos impulsa, nos
libera, nos sana y nos hace crecer. Orar es ir al encuentro de Dios, conocerlo,
saber de sus pensamientos y descubrir los planes que tiene para nuestra vida.
Es disfrutar de saber que el que nos escucha no es uno como nosotros sino que
es el Señor.
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