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martes, 18 de noviembre de 2014

¿CÓMO ORAR? Extracto de mi libro "OREN Y VIGILEN" (Ivana Garramone)

¿CÓMO ORAR?

En un principio podemos decir que el ¿Cómo? En la oración no es cuestión de posturas o rituales que acompañen el espacio de oración, sino más bien, la actitud interior para presentarnos delante de Dios, para disfrutar del encuentro con EL.

¿Cómo presentarme al Señor? ¿Cómo iniciar un diálogo con EL? ¿Cómo decirle lo que hay en mi corazón? ¿Cómo hacerme entender?
Son preguntas que pueden surgir de nuestra expectativa, de nuestra disposición a la oración. Podemos hacernos muchas otras, o tal vez, ni siquiera se nos ocurra hacernos preguntas. De todos modos, está bien que tengamos este tipo de cuestionamientos, ya que nos ayuda a crecer y a tomar una verdadera actitud orante día a día.

Cada uno de nosotros tenemos el precioso privilegio de poder entablar una relación de amistad con nuestro Señor, cada uno de nosotros podemos llegar a EL porque hay un motivo muy especial que nos acerca y ese motivo es la Filiación divina, es decir y en palabras más simples, el ser Hijos de Dios. Entonces nuestro acercamiento a ÉL ya cobra un nuevo sentido, ya tiene un grado más que una amistad, ya es una experiencia de padre a Hijo y de Hijo a Padre.

Al descubrir tal magnitud, al descubrir semejante dignidad, obviamente, el corazón humano se ensancha en la presencia de Dios y cada día va tomando una nueva forma, la oración ya no es un comunicado o dialogo, sino que es una conversación familiar. Somos familia con Dios, somos sus hijos. Y como hijos nos acercamos a recibir sus consejos, a preguntarle que es lo que espera de nosotros, y a pedirle, como cualquier hijo, una ayudita especial en tal o cual cosa.

Entonces, la característica principal o la actitud principal de la oración, digamos el “gran como” es presentarnos delante del Señor como sus hijos.
¿Cómo orar? Orar como hijos.

Al entablar una conversación con nuestro Padre Dios iremos viendo en qué nos parecemos a ÉL y en que estamos muy lejos de parecernos. Iremos conociendo las virtudes de nuestro Padre e iremos obteniendo, mediante ese diálogo, el deseo y la capacidad de imitarlo.
La oración irá tomando el verdadero sentido, el que debería ser el único, el que realmente podríamos decir es la definición completa: conversación con Papá Dios.

Y ¡qué gozo produce esta gran verdad! Esta realidad debe invitarnos día a día para propiciar este encuentro con Dios, debe animarnos a orar cada día más, y debe colmar nuestro interior de nuevas luces y de deseos de acrecentar la comunión con nuestro Padre celestial, que usa esta forma para demostrarnos su amor y solicitud con sus hijos. Nos escucha, nos habla, pero lo más importante, nos espera.

Ahora bien, ya hemos descubierto la principal actitud con la cual debemos presentarnos delante de Dios. Propiamente como hijos, porque eso es lo que somos desde el día de nuestro bautismo, donde nacemos para Dios y somos capacitados por la Fe, la Esperanza y la Caridad, para creer, esperar y amar a Dios. Somos llenos del Espíritu Santo, que nos instruye en los pasos, nos recuerda las enseñanzas de Cristo, y viene en nuestro auxilio para que sepamos orar como nos conviene. Somos participados de los dones más preciados de Nuestro Señor y Hermano Jesucristo, como Profetas, Sacerdotes y Reyes. Y nuestro corazón queda totalmente limpio del pecado original que nos heredaron nuestros padres primeros y que Dios, por su gran amor y bondad, cumple con su plan de salvación haciéndonos nuevas criaturas. Todo esto sucede el día de nuestro bautismo, y lo expreso en este apartado para que tomemos conciencia de que sí, verdaderamente ¡Sí! Podemos acercarnos a Dios con la actitud de hijos porque es nuestra mayor dignidad: ser de su familia.

Cuando un hijo se acerca a su Padre no lo hace con miedo, no lo hace con irrespetuosidad, no lo hace para enseñarle sino más bien para aprender, no lo hace para ordenarle sino para consultarle, no lo hace porque si no más, sino que cuando un hijo se acerca a su padre lo hace con la confianza de que encontrará una respuesta positiva de parte de parte de Él a las cuestiones que le presentará, sean del índole que sean.

Por esto, la segunda actitud y fecunda actitud para presentarnos delante de Dios es la Confianza.

¿Cómo orar? Orar confiados, orar con confianza.
Debemos dejar de lado nuestras tonteras humanas al acercarnos a Dios, no es necesario armarnos un personaje para ir a la oración, ni siquiera es necesario un trato de lo más elevado para el uso de las palabras. Esto no significa ser irrespetuosos o no darle el lugar que Dios ocupa, al contrario, el trato de hijos a Padre debe ser respetuoso y cariñoso, respetuoso y amistoso, respetuoso y sencillo. Nadie que se acerque confiado a alguien será irrespetuoso. Al contrario, siempre encontrará las mejores palabras para expresarse, esas palabras que surgen precisamente de la confianza que se deposita en el otro.
Cuando uno se acerca a alguien con confianza le abre su corazón, le cuenta sus cosas con la tranquilidad de que el otro va a entender, que el otro va a saber ponerse en su lugar, que el otro al escucharlo lo va a conocer mejor y en consecuencia le podrá dar luz, le podrá aconsejar. Cuando se usa la confianza en la comunicación el mensaje llega directo, correcto, simple y deja lugar a que la otra persona pueda expresarse también.
Por ejemplo, no es lo mismo entablar una conversación con un desconocido que detenerse a conversar con un amigo. Cuando vamos a un supermercado nosotros mismos nos servimos lo que vamos a buscar, llegamos a la caja, hacemos la fila, saludamos al cajero pero ni siquiera sabemos su nombre, abonamos y nos vamos. Cuando vamos al kiosco cerca de casa, saludamos al vecino, charlamos un ratito, le pedimos lo que necesitamos, abonamos y mientras tanto vamos hablando de una y de otra cosa, el trato es más familiar, más fluido, incluso hasta nos animamos a pedir que nos den crédito si no contamos con dinero en ese momento. Así mismo, salvando las distancias, es el trato de confianza que debemos tener con el Señor. Ir a su encuentro, expresar nuestra necesidad, dejar que Él nos atienda y nos brinde lo que tiene para darnos.

La confianza hace que la expresión sea completa, que no andemos con medios mensajes, sino que nos ayuda a darnos por completo y a decir lo que realmente siente nuestro corazón.
La confianza nos abre la puerta para recibir. Y nos dispone para lo mismo.

Cuando confiamos se nos hace fácil expresarnos. Cuando confiamos no tememos. Cuando confiamos no nos detenemos a pensar si el otro me va a entender o no, sino que tenemos la certeza de que seremos escuchados, comprendidos, atendidos e incluso aconsejado.

La oración, entonces, tiene que ser confiada. Debemos usar la confianza con nuestro Papá, que ciertamente, quiere  lo mejor para sus hijos y así actúa en consecuencia.

Y mucho más, si vamos al encuentro con el Señor y nos presentamos tal cual somos, porque confiamos, creceremos con facilidad. Porque no estaremos a la defensiva ni tratando de ocultar cosas, sino que estaremos con un sentimiento profundo de libertad, que hará que veamos lo que somos delante de Dios, y Dios premiará nuestra confianza y nuestra sinceridad, dándonos la gracia de la conversión día a día.

También una oración confiada hará fecunda la respuesta. Mejor dicho, siempre encontrará respuesta, ya que depositando la confianza en Dios estaremos expectantes de lo que EL hará y eso nos mantendrá activos para ver las maravillas, no solo las grandezas, sino hasta lo más pequeño que suceda a nuestro alrededor. Se nos hará más fácil reconocer que todo viene de Dios, por el simple hecho de que hemos puesto la confianza en ÉL.

La confianza nos hace sencillos, nos hace simples. Cuando confiamos no andamos enloquecidos en la búsqueda de palabras o expresiones para que nos entiendan, sino que nos expresamos así como sale, con nuestra forma de hablar, con nuestro lenguaje.

Otra de las actitudes, que se van encadenando, es la sencillez, la simplicidad.

¿Cómo orar? Orar con sencillez. Siendo muy simples.
No es por las muchas palabras que se digan en la oración que seremos comprendidos, sino que es por la simplicidad del mensaje, lo preciso del mensaje, lo objetivo del mensaje. La expresión clara es lo que hace simple la oración.
No debemos dar muchas vueltas para decirle a Dios lo que queremos, o para pedirle lo que necesitamos, o para contarle nuestras cosas.
El Señor sabe todo, por eso, no es necesario ocupar mucho tiempo o estar esperando a ver como le digo esto o aquello.

Cuanto más simple sea nuestra oración más fecunda será la respuesta. Si nos presentamos delante del Señor, para encontrarnos con Él, entonces que no se desvirtúe el propósito: encontrarnos con EL.
El encuentro comienza cuando vos y yo coincidimos en algún lugar, cuando las dos personas llegan al lugar citado, cuando acudo al llamado de alguien que me está esperando. En el momento en el cual coincidimos unos con otros, eso se denomina encuentro. Por lo tanto, en la oración, el momento del encuentro con Dios es cuando coincidimos con EL, cuando nos tomamos el tiempo y vamos, nos retiramos a nuestra habitación, y estamos con Dios, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Planteando esto, la oración se hace sencilla, porque las palabras sobran. Es por esto que digo que la sencillez es actitud de la oración, es la actitud de los hijos que van al encuentro de su Padre, es la actitud de los confiados. Porque no hacen falta protocolos con el Señor, lo que hace falta es un corazón sencillo que tome conciencia de que Dios es su padre y que lo mejor que puede hacer es confiar en EL.

Así como somos, así nos conoce el Señor. Dios conoce hasta lo más íntimo de nosotros, nos conoce mejor que a nosotros mismos, entonces no tenemos que presentarle un curriculum de vida sino que tenemos que presentarnos nosotros mismos, como somos, lo que queremos, lo que esperamos, lo que necesitamos, lo que anhelamos, lo que nos hace felices y lo que nos entristece, todo. Absolutamente todo.

Deberíamos ahondar en esta actitud frente a Dios, ya que no solo es una actitud para la oración, sino que la oración nos irá haciendo cada día más sencillos, más simples. De este trato de amistad con Dios, de esta pequeñez, iremos aprendiendo que en la vida, en cada cosa, en cada circunstancia o situación, con la sencillez iremos solucionando todo y todo será más fácil. Sin andar retorcidos buscando soluciones veremos que la sencillez todo lo alcanza más rápido y sin tantos esfuerzos.

Una oración sencilla es a la medida de Dios. EL nos muestra que siendo tan Grande se hace pequeño, siendo el Dueño del tiempo se hace presente en un momento determinado por nosotros para encontrarse, simplemente para encontrarse con sus hijos.
Otra cualidad importante, que va unida a la sencillez, es la humildad.
¿Cómo orar? Orar con humildad.
La humildad va de la mano de la sencillez. Solo puede ser sencillo quien es humilde. Y solo puede ser humilde quien es sencillo.
Aquel que puede ver la grandeza de Dios y su propia pequeñez, es una persona humilde.

Humildad, precisamente es eso, reconocer la grandeza de Dios. Ubicarnos en nuestra condición de criatura, criaturas con una dignisima condición que es ser hijos de Dios. Una oración humilde mueve el corazón de Dios.


Desde el punto de vista virtuoso, la humildad, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, quien se siente auto-suficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia.

Imaginemos una persona que se acerca a la oración y trata con Dios como de igual a igual, como que Dios tiene que hacer lo que ella quiere o como ella dice, o porque a ella le parece. En cambio, la humildad expone en la oración y espera confiadamente en el Señor. No le impone sino que le propone, no desafía sino que confía, no hace trueques sino que ofrece, no espera más de lo que considera oportuno y reconoce que lo oportuno es lo que Dios decida, en su tiempo.
Una oración humilde reconoce que todo viene de Dios y que todo le pertenece a Dios. Sabe feacientemente que Dios es Dios y que frente a EL solo quedan palabras de gratitud, de amor, de enamoramiento. El humilde no pretende que Dios haga cosas, más bien deja todo en las manos de Dios para que sea EL quien decida lo mejor.

La humildad es la virtud de los hijos que se acercan a su Padre, confiados y sencillos, a mantener por un tiempo determinado una charla profunda, abierta, espontánea y desde el corazón. Y obtienen en respuesta los consejos, los cuales aceptan para la vida y día a día intentan cumplir con la voluntad del Padre.


Esto es simplemente orar, esta es la manera más simple de hacerlo y esta es la gran necesidad de todo ser humano. Recordemos a San Agustín en su frase tan conocida: “Nuestro corazón fue hecho para Dios y no descansa hasta que no lo hace en EL”. Y la oración es el descanso, es el reposo de nuestra alma en el amor del Padre. 

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