"El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca" (lC.6, 45)
Sin demasiadas vuelta y para mentes y corazones abiertos, esta palabra, no necesita mucha explicación. Pero, lamentablemente, para muchos seguidores de Cristo, esta palabra todavía sigue siendo un gran interrogante.
Las preguntas que vienen a mi mente en este momento son las siguiente ¿De qué hablamos? ¿Qué decimos? ¿Cuál es nuestra abundancia en el corazón?
Doloroso es ver y escuchar, más de una vez, y a más de uno pocos cristianos, expresarse, por ejemplo, muy vulgarmente. Doloroso es escuchar conversaciones ociosas, palabras que no edifican, groserías, dobles sentidos, malicia. Doloroso es escuchar conversaciones "largas y tendidas" sobre cosas superfluas y, más doloroso aún, es ver que el tiempo que se habla de Dios, de sus obras, es muy corto.
¿Es necesaria, por ejemplo, la vulgaridad? ¿Cuál sera, entonces, la diferencia con el mundo? Si nosotros, cristianos, no marcamos una diferencia radical con el resto que dice no amar y conocer a Dios, entonces ¿Cuál es nuestro compromiso con el Evangelio y la proclamación del Señorío de Cristo en nuestra vida? ¿Cómo hacemos que los demás conozcan el comportamiento diferente que Dios nos propone? Si la conversión no llega a la lengua, entonces, todavía el camino es largo...
En una oportunidad dije esta frase: "Los cristianos somos normales, pero no vulgares" y es la verdad. No hay necesidad que dentro de la normalidad consideremos las groserías las vulgaridades y las conversaciones ociosas. No es necesario llenarnos la boca con esas expresiones pudiéndolo hacer de manera distinta. Y eso marca la diferencia, eso es evangelizar, eso es tener en cuenta de que el único evangelio que algunos lleguen a leer será nuestra vida.
Si el corazón abunda de Dios entonces que las palabras muestren a Dios; y con esto no quiero decir que solo debemos hablar de Dios, o citas bíblicas, o enseñanzas catequísticas, con esto quiero decir que nuestro lenguaje debe ser purificado y nuestras expresiones deben ser sanas y edificantes.
Hay que tener bien en cuenta que quien no logra dominar su lengua en cosas pequeñas, como pueden ser las palabras inconvenientes, tampoco podrá dominarle en cosas más graves como pueden ser la mentira, la calumnia, el juicio. Entonces, si no empezamos por lo mínimo difícilmente llegaremos a lo máximo.
Con la práctica se logra todo, por lo tanto, hay que empezar a ejercitarse y a crear buenos hábitos, luego llegaremos a la virtud. Teniendo en cuenta que la vocación de todos es la santidad y la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino que santidad es hacer de lo ordinario un culto a Dios. Ahora bien ¿Palabras no convenientes serán culto agradable? Es para pensarlo.
De la abundancia del corazón habla la boca nos dice el Señor. Amén
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