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domingo, 8 de junio de 2014

PENTECOSTÉS: REVELAR-RECONOCER-PROCLAMAR

Pentecostés tiene la finalidad de la última frase del relato bíblico: “Todos los oíamos proclamar las maravillas de Dios”

Los apóstoles recibieron el poder y la unción del Espíritu Santo, que les abrió la mente, les enseñó las escrituras, los movilizó a la predicación y los capacitó para cumplir con la misión para la cual el mismo fue enviado por el Padre y prometido por el Hijo.

Las maravillas de Dios no se ven con los ojos humanos, de hecho, podemos ver que los apóstoles estuvieron compartiendo con Jesús, viendo sus obras y aún así estaba llenos de miedo y sin entender nada de lo que sucedía a su alrededor. Fue en el momento de la Efusión del Espíritu que sus ojos espirituales se abrieron, se les corrió el velo que les impedía ver las maravillas de Dios y al verlas las reconocen y al reconocerlas las proclaman.

Ese actuar poderoso del Espíritu que hace este movimiento: revelar-reconocer-proclamar sucedió en Pentecostés, para que las maravillas de Dios sean vistas y oídas en todas las naciones según el envío que Jesús hace a sus discípulos.

Hoy en día, es el mismo moverse del Espíritu que nos revela, nos desvela, nos saca el velo de la humanidad para que las maravillas de Dios sean reconocidas por nosotros y al reconocerlas proclamarlas.

Sin la ayuda del Espíritu Santo este movimiento no sucede, porque la humanidad tapa la visión espiritual. Cada ser humano está convencido humanamente que todo lo que hace o todo lo que sucede a su alrededor es obra de su esfuerzo. Le es imposible, humanamente hablando, darse cuenta de que existe porque Dios le permite existir, no puede reconocer humanamente que la vida y todo lo que acontece tiene un propósito, por lo tanto, más imposible aún le resulta proclamar o atribuir a otra persona lo que le parece que le pertenece a el mismo. Por eso, sin la ayuda de Dios, humanamente, solo podemos alcanzar la vanagloria.

Pero, para eso entonces, fue que el Espíritu Santo desciende, enviado por el Padre después de la Promesa del Hijo, para hacer surgir en los corazones el movimiento de santidad y reconocimiento de Dios.
Nos ayuda a ver con claridad la obra de Dios, al verla somos capaces de reconocer que todo viene de Dios y a Dios le pertenece y al reconocer, solo así, somos capaces de proclamar.


Sin Espíritu Santo no hay TESTIMONIO. Por eso, dejemos que el Espíritu Santo obre en su movimiento espectacular de enseñanza y clarificación del entendimiento, para que nuestro corazón rebalse en deseos de Proclamar las maravillas de Dios, pues “de la abundancia del corazón habla la boca”. Amén

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