La
tentación de callar
Preciso
es orar para no caer en tentación. Preciso lo es también para saber
discernir lo que viene de Dios, lo que nace de nuestra imaginación y
lo que es una propuesta del enemigo.
La
oración nos da pautas concretas de que la voz de Dios siempre nos
encaminará a la verdad y a jugarnos por la verdad. Dios no nos
miente y nunca nos incitará a mentir. Dios siempre nos habla, nunca
nos incitará o aconsejará callarnos ante el pecado o el error.
Dios
nunca tapará nuestra boca para que una verdad no salga a la luz,
Dios nunca propiciará las tinieblas, el enredo, la oscuridad, esa
cosa que no nos deja avanzar y que hablando se solucionaría. Por
eso, en la oración diaria descubrimos que la voluntad de Dios es
total y abismalmente distinta de la voluntad del demonio. No tiene
comparación alguna. Un alma orante sabe discernir y actuar en
consecuencia, porque en la oración escucha la voz de Dios y aprende
de EL.
Nunca
debemos hacer locuciones solitarias o pensamientos en voz alta de
algunas razones que no sabemos como resolver, porque nuestro enemigo
el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar y si se
le da la oportunidad hará lo posible para darnos ideas erróneas.
En
una situación específica, por ejemplo, donde sabemos
feacientemente, y eso lo subrayo, feacientemente, que tenemos la
posibilidad de poner luz hablando, el enemigo buscará la forma de
taparnos la boca para que esa luz que viene de Dios no disipe las
tinieblas que el está poniendo en la vida de los hermanos.
Cuando
no nos jugamos por la verdad, cuando no aclaramos las cosas con los
hermanos, cuando no optamos por el diálogo cuando sabemos que eso
sería la solución, cuando no ponemos a la luz una situación de
error, cuando no decimos lo que debemos y tenemos que decir en el
momento preciso, eso es una de las mayores tentaciones y que afecta
enormemente a nuestro espíritu.
Afecta
a nuestro espíritu porque al no hablar nos hace daño, nos llenamos
de bronca y rencor, nos ponemos mal porque pretendemos que nos
entiendan y nadie lo hace, nos sumergimos en un eterno círculo de
juicios, enredos, peleas, y todas esas cosas que no edifican por no
decir de una vez lo que es correspondiente, pensando que no hablando
se hace lo mejor, se guarda al otro, o se pone al resguardo la
dignidad de la persona. En nombre de todas esas cosas que parecen
buenas, incluso hablando de la dignidad, el enemigo usa nuestro
silencio para sembrar y sembrar cizaña y así ganar el terreno de
nuestra alma y no solo eso, el terreno de los demás y hasta destruir
una buena obra de Dios.
Hay
que ser inteligentes y darnos cuenta de que si de una vez hablamos y
decimos lo que sabemos, ponemos luz en la situación, no estamos
haciendo otra cosa que la voluntad de Dios y Dios es luz y donde hay
luz nunca habrá tinieblas. Hay que animarse a decir las cosas, a dar
la cara, a no pretender que los demás se ocupen cuando me
corresponde ocuparme a mi del tema. Mi silencio puede dañar mucho, y
el daño es a mi mismo y a los demás.
El
que calla otorga dice el dicho y andan dando vueltas algunos escritos
que lo han cambiado un poco, diciendo que no siempre otorga sino que
a veces el silencio es porque se está cansado de hablar con idiotas.
Pregunto ¿De quién puede ser esta idea?
En
primer lugar considerar a los demás idiotas denota una falta de
amor, y un orgullo que no viene de Dios, nunca vendrá
un consejo así de Dios. Pero, muchos, caemos en el error de pensar
asi.
Claro ¿para que voy a hablar si nadie me escucha? Si lo que yo digo nunca
tengo razón, nadie me tiene en cuenta... frases del enemigo
sembradas en la mente humana ¿Para qué? Para que las tinieblas
sigan, para que los hermanos estén separados, para que reine la
discordia y la falta de dialogo, para que no se puedan solucionar las
cosas que simplemente hablando tendrían un corte definitivo y mucha
luz.
Principalmente
debemos hablar, pero la cuestión de hablar, de aclarar, de
expresarnos debe ser en el momento justo, con las palabras concretas
y con la persona exacta.
El
momento justo es el tiempo en el cual sabemos que está sucediendo
tal o cual cosa, o en el momento en el cual necesito decirlo, sin
sacar ni agregar nada, poniendo amor y corazón en lo que digo. Eso
sería las palabras concretas, no tengo que inventar nada, simplemente
decir lo que se, lo que ví, o si me dijeron así como lo recibí, o
lo que siento así como lo estoy sintiendo, con la plena confianza de
que mi expresión será tomada con amor y agrado, recibiendo de la
otra parte la luz de Dios. Y esto sería la persona exacta. Yo tengo
que hablar con quien corresponde hablar, ya sea con la persona
implicada, con un superior, con mi director espiritual, pero que sea
la persona correcta la depositaria de mi expresión, eso es poner
luz.
Si
yo ando hablando una y otra cosa con una y otra persona, entonces eso
tampoco es de Dios, es se llama chusmerío, chisme, murmuración, y
eso pone tinieblas, nunca habrá luz si yo me ocupo de andar diciendo
varias versiones de una misma cosa con distintas personas. Y eso es
claramente del demonio.
El
demonio nos hace callar lo que es justo y con la persona exacta pero
nos incita a hablar lo que es oscuro e incorrecto con las personas
equivocadas, con el único fin de crear discordias, quitar la paz y
detener el crecimiento personal y comunitario.
Nunca
callemos una verdad o nuestras propias razones, pero tampoco nunca
andemos hablando descolocadamente. Esta tentación se la vence con la
virtud de la prudencia, que hace que sepamos discernir el momento
justo, las palabras concretas y la persona exacta para expresarnos.
Cuando
nos demoramos en hablar porque supuestamente “lo estamos orando”,
les puedo asegurar que esa oración no está precisamente dirigida
por el auxilio que viene de lo alto, es probable que esté dirigida
por nuestro ego herido por tanto callar, o por nuestro orgullo que no
me deja hablar y quedar expuesto, o por mis temores a decir la verdad
porque pueden caerme juicios o incomprensiones, o por mi mala
disponibilidad para expresarme ya que me considero una víctima en el
suceso; muchas probabilidades de motivación de “orarlo” pero que
en realidad no se ora, sino que se carcome los sentimientos buenos
hasta que explota sacando todo lo malo que produjo en todo ese tiempo
supuesto de oración.
Y
¿Por qué digo que no se lo está orando? El discernimiento es muy
fácil, porque mientras yo me tomo todo el tiempo del mundo en el
silencio, en otra parte mis hermanos sufren, mis hermanos no
entienden lo que pasa, está todo en tinieblas, y yo me sigo tragando
esa cosa que en realidad tengo ganas de gritar. Y eso no es fruto de
la oración, el fruto de la oración es la paz y la luz.
Si
oramos el tema, se lo presentamos a Dios, pueden existir dos
posibilidades: que Dios me envie imperiosamente a hablar, o que Dios
me de la capacidad de asumir de tal manera la situación que me sana
el corazón y la mente y todo queda en paz. Pero, de todos modos,
cuando es hacia afuera, cuando es algo que necesita reparación y
luz, el Señor, en oración siempre me enviará a hablar, a decir la
verdad, a exponer, a expresarme, a sanar a todos los demás con mis
palabras.
Dios
es un Dios que habla, Dios nunca se queda callado, no se quedó
callado ni se quedará callado nunca; siempre comunicó lo que
necesitaba decirle a los hombre, siempre suscitó formas de
comunicación y personas que hicieron de portavoz, así lo mismo
ahora, es nuestro tiempo y a nosotros nos usa como instrumentos para
que pongamos luz con sus palabras y con el amor.
El
silencio es muy grato, ayuda a la oración, hace bien al alma,
propicia el encuentro con Dios, es necesario; pero el silencio de un
corazón y una mente que están en paz es el que sirve, el silencio
del que se calla porque se deja ganar por la tentación es un
silencio destructivo y en nada se compara al silencio del amor de
Dios. Es dañino para nuestro espíritu y para los demás.
Muchas
veces este silencio cómplice del demonio es el que abre grietas en
las vidas y en las comunidades y luego nos preguntamos ¿Por donde se
metió el mal espíritu? Respuesta: por tu boca cerrada en el momento
en el cual tenias que hablar.
No
nos carguemos con cosas que nos hacen mal simplemente porque nos
dejamos engañar por el enemigo de nuestra alma. Por eso Jesús nos
dice: “oren y vigilen para no caer en tentación”
La
humanidad está muy pendiente de caer, es muy frágil, pero el
espíritu que tiene comunión con Dios en la oración diaria crece en
virtudes y sabe bien discernir entre el bien y el mal, y todo lo hace
para agradar a Dios y cumplir con su santa voluntad.
Quien
ora jamás se dejará llevar por la complicidad silenciosa del
demonio que corroe las construcciones, más bien pondrá luz de
inmediato desbaratando las obras del maligno y volviendo al único y
verdadero eje de toda nuestra existencia: DIOS Y SOLO DIOS.
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